No sé si a Garzón le gustará este título, o que digan de él que es “respetado y odiado casi a partes iguales”, de Bea Talegón en “El cascabel al gato”, y le pregunto a ella si no cree que tal binomio respeto/odio lo vive, en millones de casos, la misma persona.
Pero Garzón habría podido evitar tantas pasiones encontradas. Por ejemplo, siguiendo en política, donde comenzó en el Plan Nacional sobre Drogas, un cargo que, para sorpresa de millones, fue todo el “poder” que le concedió F. González, y con Belloch en medio, tras contribuir en 1993 a la última victoria electoral felipista (1). Ya era el juez más mediático cuando se sumó, como independiente, a la candidatura del PSOE.
Pero Garzón dimitió 9 meses después de tomar posesión, también de su escaño, reconociendo haber pecado de soberbia por creer que podría cambiar algo desde el Gobierno. Tampoco ahorró críticas a la pasividad del propio González contra la corrupción.
Dado el “prestigio” del que goza la política en España, no parece que salir huyendo de allí sea criticable. Sigue triunfando el clásico “dimitir no es un nombre ruso”.
Abro paréntesis para reparar en la equívoca similitud existente entre “El cascabel al gato” de Bea Talegón ayer, que también va de Garzón, y el publicado el 14/08/2010 en “El País”, titulado “Garzón puso el cascabel al gato de América Latina”. Cualquier parecido es pura coincidencia, lo que se constata al leer sus letras pequeñas:
Bea Talegón en 2021: “Estamos solos. Y mucho me temo que el clima internacional (…) sabe perfectamente lo que ocurre aquí, pero a nadie le interesa ponerle el cascabel al gato”.
“El País” en 2010: “Los procesos abiertos por el juez instructor de la Audiencia Nacional han posibilitado el enjuiciamiento de algunos de los responsables de las dictaduras latinoamericanas”.
Reflexionando, algo me dice que Garzón salió de la política para regresar a un mundo donde pudiera volver a ponerle “el cascabel al gato”. Con errores y hasta “maldades”, quizás, como cualquier humano.
Y también pienso que si Garzón hubiera seguido en política “El País” no habría podido publicar su artículo de 2010, con todo lo que significaba, pero Talegón sí estaría en el mismo pesimismo, aunque sin ONU ni Garzón acompañando.
Compruebo que Garzón y yo, por ley de vida, hemos recorrido las mismas cuatro décadas hasta desembocar en un futuro que no descarta el regreso de los franquistas al poder, casi sin disfraz, aunque sus paredones hayan sido sustituidos por sentencias útiles en la actualidad, pues pasan años antes de ser corregidas por justicias extranjeras.
Entonces es cuando me pregunto a mí mismo si alguna vez, durante tantos años, dudé de los altos tribunales de España. O cuantas pensé que la monarquía era la principal herencia del franquismo y lo primero a borrar de la legislación vigente. O cuántas en las que me preocupé por las víctimas del franquismo. Demasiados errores sobre las amenazas que aún se ciernen, estimulados con la puñetera “maldad” de la comodidad.
Todo lo anterior es por el fuerte varapalo que el TS acaba de recibir desde el Comité de Derechos Humanos de la ONU a cuenta de la sentencia con la que el “alto tribunal” inhabilitó al juez Garzón.
En este caso elijo al profesor Javier Pérez Royo. Acaba de entregarnos “Una nueva deriva del caso Gurtel”.
“El Comité destroza literalmente la fundamentación jurídica de la sentencia del TS (…) la decisión supone la calificación de prevaricadora de la conducta de los magistrados del TS que dictaron dicha sentencia. Serían ellos los que en realidad habrían prevaricado al condenar a Garzón por prevaricación.”
Y añade que “La pelota está en el tejado del Estado (…) porque la callada por respuesta no es aceptable. Nos encontramos ante una nueva deriva del caso Gürtel, que vuelve en cierta medida a sus orígenes.”
No cabe la menor duda de que si el TS no hubiera prevaricado contra Garzón en 2012, cuando gobernaba el PP de Rajoy, la historia de España habría sido diferente. La que fuera, pero más justa y menos corrupta.
(1) Garzón fue número dos del PSOE en las elecciones de 1993 por la circunscripción de Madrid, lista que lideró Felipe González. En Madrid el PSOE incrementó un 4,4% el número de votos respecto de los conseguidos en 1989. En cambio, a nivel estatal, donde el efecto de la candidatura de referencia (Madrid) puede diluirse según las circunstancias de las provinciales, perdió un 2,1%, también en relación con los resultados totales conseguidos en 1989. Por tanto, no es aventurado afirmar que Garzón fue decisivo para que el PSOE consiguiera la última victoria electoral de su etapa felipista.