Malas calles
Invierno de 2016, Granada. Eran las vacaciones de Navidad, y mi padre y yo recorríamos algunos de los pueblos más recónditos de la estepa granadina, mientras aprovechaba el tiempo para capturar alguna foto reveladora.
Mi supuesto interés por sacar una buena fotografía procedía realmente de un pequeño trabajo de la Universidad, en el que teníamos que desarrollar un breve concepto a través de una fotografía, aplicando el vocabulario básico vinculado a la teoría de la imagen. Recuerdo que solo veía calles totalmente abandonadas, una detrás de otra, independientemente del pueblo y sus costumbres. De ese modo, en un instante vino a mi mente el concepto de “esfera pública”. Para quien no lo sepa, la “esfera pública” es un concepto definido por Jürgen Habermas para referirse al espacio donde se genera la opinión pública, como las calles, los bares o los parques. De manera que decidí fotografiar el parque más bonito y abandonado de todos, para desarrollar así una pequeña aproximación sobre la devaluación del concepto “esfera pública” en el siglo XXI. Y es que no sé si han dado cuenta, pero algo tan elemental como un desamparado parque, se ha convertido en los últimos años en un símbolo de la nueva sociedad que se está construyendo. Una sociedad que cada vez siente menos suyo un lugar que no es de nadie y que a la vez es de todos como un parque. Un lugar para los más grandes y los más pequeños, caracterizado por sus bancos y columpios.
Me figuro que ahora ustedes se preguntarán, ¿Realmente es tan perjudicial ver a cada vez menos gente, sobre todo a niños, acudir a los parques para relacionarse e interactuar con personas de su entorno? Creo que es demasiado pronto para responder a una pregunta tan sumamente compleja como esta, pero lo que no podemos obviar es el enorme cambio que ha producido el avance de la tecnología en nuestra sociedad. Un cambio que afecta a todos los ámbitos (político, económico, social...) y que ha trastocado por completo nuestra manera nuestra de comunicarnos, especialmente en los más jóvenes, los más susceptibles a cualquier tipo de cambio. Y es que cada vez son más las noticias que aseguran los niños y adolescentes prefieren un móvil o una tablet que pasarse unas horas jugando en la calle o leyendo un libro. Algo que no debería extrañarnos, dado que sus padres muestran cada vez una mayor adicción por las nuevas tecnologías. Unos padres que, siempre temerosos de la seguridad de sus hijos, han visto en Internet y las redes sociales una herramienta milagrosa e indolora para impedir las excesivas salidas de sus retoños al espacio público. De algún u otro modo, ahora parece que algunos padres piensan que demasiadas horas callejeando solo pueden llevar al mismo destino que muchos de los protagonistas de The Wire. Calles en las que solo tiene cabida la violencia, las drogas y la exclusión social.
Casualmente, hace unas semanas días tuve una comida familiar. A lo largo de la reunión, un familiar me comentó que conocía a un padre que se congratulaba de distraer a su hijo a través de la tablet durante horas, solo con el propósito de mantener así una tarde más tranquila y sin sobresaltos. Aunque la actitud del padre en este aspecto es relativamente excepcional en nuestra sociedad, no se puede obviar la otra gran afirmación que deja este suceso, y es la excesiva dependencia que tendrá este niño de la tecnología desde los primeros años de su vida. De hecho, la clave de un asunto tan complejo como este reside precisamente en la deficiente educación que tenemos cada uno de nosotros respecto a la tecnología. Una educación que más pronto que tarde debería de ser abordada en todos los centros educativos del mundo, porque si estamos indefensos ante el poder actual de la tecnología (como sucede actualmente), todo aquello que hemos visto en Black Mirror dejará de convertirse en ficción para convertirse en realidad.