A la vista del intempestivo anuncio de la candidatura de José Ramón Bauzá a la presidencia de su partido, dice que como mero trámite para presidir de nuevo el Govern de Baleares, estos días ha hecho alguna fortuna periodística la comparación, salvando todas las distancias, y son siderales, entre los casos de Bauzá y Donald Trump, lo cual debe halagar sobremanera el gigantesco ego del ex presidente. En el punto de partida de su ambición hay una humillación previa. En el caso que nos queda más cercano, a cargo de buena parte del electorado que apenas cuatro años le había apoyado con entusiasmo. La diferencia es insalvable.
La política económica de Bauzá perjudicó gravemente el tejido productivo de las Islas y su fanatismo ideológico creó una honda fractura en la sociedad de la que todavía no se ha repuesto, razones por las cuales no hay explicación lógica posible a su insensata decisión de intentar recuperar el protagonismo que las urnas y su propio partido le han negado. Aunque por lo que se refiere a su partido, la negativa es sólo parcial: tuvo que aceptarle como senador, con los votos, también, de la misma izquierda que sigue demonizándole. Y de aquella falta de valor y coherencia política para enviar a Bauzá a su casa, los lodos que amenaza esparcir con su anuncio de batallar por el poder partidista.
Aunque sea posible augurar que su proyecto personal apenas tendrá recorrido, de momento ha conseguido dar aire a Francina Armengol, al desviar la atención sobre los problemas del Govern con el socio díscolo, Podemos, con lo que la presidenta socialista ya le debe otra, además de la mejor butaca del Consolat de la Mar.
¿Qué habremos hecho los vecinos de estas Islas para encontrarnos en semejantes tesituras? ¿Cómo habrá que decirle a Bauzá que nos deje en paz?.