Por ese motivo hoy contaré otra historia, la de una batalla ganada solo a medias que conviene rematar. Un relato latente cuyo futuro, necesariamente desconocido, se irá escribiendo en estos artículos.
El adversario, que se resiste, es el Ministro del Interior, cuyo nombre sigue siendo Jorge Fernández Díaz. Sí, él, aunque queden dos telediarios para que Rajoy lo tenga que esconder en algún rincón desde donde no pueda ofender tanto, pero sí seguir cobrando del erario.
Los objetivos planteados al principio eran cuatro, dos ya se han conseguido y el ministro ha tenido que morder polvo con sabor a tinta de comunicado oficial. Fue el jueves 6 de octubre y algunos medios consiguieron abrirle un pequeño hueco entre tanta “Black”, tanto “Gurtel” y tanto “Despeñapedros”. Pero quedan otras dos exigencias: una comparecencia del ministro en el Congreso para dar explicaciones y una auditoría sobre la información electoral que gestiona, llena de deficiencias y provocadora de desconfianzas y sospechas.
Añadiremos por nuestra cuenta dos objetivos más a la causa, también necesarios.
El primero es una reforma legal que quizás nunca consigamos: Que al Ministerio del Interior se le retiren las competencias sobre cualquier clase de asuntos electorales. Que se nombre un administrador judicial en ese departamento o se dote de mayor presupuesto a la Junta Electoral, recortándolo de Interior para no aumentar el gasto. Lo que sea, pero que ni funcionarios ni personal laboral a las órdenes de un ministro del gobierno, parte siempre interesada, toquen nunca más ni una urna, ni un censo, ni una mesa electoral, ni un ordenador, ni una papeleta y ni un punto ni una coma ni un acento relacionados con el momento más democrático de la democracia, valga.
Haremos un paréntesis entre interrogantes: ¿Cómo es posible que un proceso que debe ser exquisito en las formas y neutral en todos y cada uno de sus momentos se haya confiado al más peligroso de todos los ministerios? Barrionuevo en la cárcel, recuerdo, como también al Corcuera de la patada en la puerta. Y qué no habrá hecho en Interior un Rajoy que de presidente ha sido capaz del “hacemos lo que podemos” para consolar a un delincuente colaborando con él y juntos contra la Justicia. Y qué decir del Acebes de la gran mentira del 11M y de sus turbias intervenciones para ayudar a montar negocios radiofónicos a provocadores como Jiménez Losantos. Y para cerrar la lista Fernández Díaz, alguien capaz de agotar las existencias de mordazas en los almacenes, y las de paciencia en las cabezas.
Regresaremos a los términos de la contienda.
El segundo objetivo es empujar otro milímetro para acabar con una manera chapucera de trabajar que no respeta el mínimo rigor profesional. Ni siquiera la obligación esencial de cuadrar los guarismos demográficos, o de cumplir un principio tan universal como el de la unidad del censo que, por si acaso, también está negro sobre blanco en la Ley Electoral.
Para relatar los hechos, nada mejor que la cronología desde el comienzo.
15 de mayo de 2011. El 15M que ya casi nadie recuerda.
20 de noviembre de 2011. Mayoría absoluta del PP, pero también un significativo apoyo electoral a la consigna de rechazo a ese cementerio de elefantes llamado Senado, convocada por algunos de los rebeldes de la Puerta del Sol y silenciada con estruendo cómplice por medios de comunicación y políticos de todo color.
Enero de 2015. Año de elecciones generales. El bipartidismo olía a rancio ¿Qué hacer, además de votar? La inquietud bullía como en la Transición, casi. Por eso, lo primero fue estudiar ciertos detalles del comportamiento electoral desde 1977.
Antes de hacer la primera parada le invito a visitar el campo de batalla, tan incruento y moderno como lo es una firma virtual. Es aquí, en Change.org y lidera la movida una asociación luchadora llamada Convocatoria Cívica, liderada por el juez Baltasar Garzón.
Continuará...