Todo aquello que antes del pasado mes de marzo era vivido -y juzgado- por la sociedad con indulgencia buenista, hoy provoca escalofríos, indignación y reniegos de rechazo.
Las redes sociales -las nuevas plazas mayores del siglo XXI, los lugares de encuentro, los foros de discusión de los indignados- arden en opiniones absolutamente negativas sobre la gestión que nuestros políticos y altos cargos apoltronados han hecho de toda esta maldita realidad de este año.
Frente a los más de 80.000 trabajadores hundidos dentro del paro, todavía más altos cargos nombrados a dedo. Los mismos suculentos salarios... y ninguna muestra de empatía de los políticos con los que pasan horas y horas muertos de frío en las largas, eternas, colas del hambre.
Cargos institucionales bien agarrados a pluses salariales y privilegios totalmente alejados de las miles de empresas obligadas a cerrar... algunas de ellas por siempre jamás. La doble realidad que nubla a nuestra sociedad se muestra estos días de Navidad -de compañía, campanitas y canciones- como una auténtica pesadilla.
Una pesadilla de la que algunos bien acomodados en sus despachos enmoquetados y sentados en sus asientos de sus coches oficiales todavía no han querido ni ver. Ni ver ni pisar. Cerrados y atrincherados en las plantas nobles de las instituciones y de los partidos, ni un trozo de barro de la crisis ha ensuciado el lujoso cuero de sus zapatos.
Todo esto, incluso, ha cogido -aunque no lo quieran reconocer- con el pie cambiado y sin capacidad de reacción a nuestros gobernantes. Desde los europeos, a los españoles. Y también a los de aquí y a nuestra presidenta Francina Armengol.
Una presidenta que desde el balcón del Consolat de Mar, por encima de la realidad, ve como las cosas se le escabullen de las manos, se le escurren entre los dedos. Con un Govern donde algunos se han escondido ante la crisis y han hecho el mutis por la tangente para no verse salpicado por las duras decisiones que se han de imponer.
Una presidente que hasta da lecciones a la ciudadanía de aquello que ella, débil y humana como todos nosotros, no ha respetado. Con un ejemplo, un mal ejemplo que la perseguirá sin misericordia alguna desde la barra del Hat Bar y hasta las próximas elecciones.
Todos, desde el primero de la lista al últimos, hemos sufrido este año que ya acaba, la terrible realidad provocada por la pandemia llegada desde la lejana China.
Todos hemos tenido que aprender la lección y correr con prisa, cayéndonos y volviéndonos a levantar. Todos. Pero algunos, como nuestra presidenta Armengol, que se ha guiado en aquellos que no son precisamente el mejor ejemplo a seguir. Aquellos que desde La Moncloa hoy dicen una cosa y mañana la contraria. El Govern de la gent que deja a la gente en las esquinas ante los privilegios ideológicos que justo favorecen a algunos.
La fuente de la riqueza y el bienestar balear se seca. Y es bien cierto que el dinero público no es infinito. Pero si no son infinitos para rescatar a la ciudadanía de los estragos de la pandemia, si no son infinitos para dar una mano a aquellos que más lo necesitan, ni para compartir un rayo de esperanza de futuro con los que más sufren... tampoco ha de ser infinito el dinero público para nombrar todavía a más altos cargos, para mantener los privilegios salariales y para tener aún más contentos al millar de culos contentos colocados a dedo en nuestras instituciones.
