El Día de la Marmota catalana
El independentismo lo ha vuelto a hacer. Finalmente, casi en el minuto de descuento y siendo ya el cuarto intento, el Parlament de Cataluña ha conseguido –por los pelos– investir con éxito al nuevo Presidente de la Generalitat, el ya “Molt Honorable President” Sr. Joaquim Torra Pla. Parece que a la cuarta va la vencida.
El tic tac del reloj de los plazos de investidura, que amenazaban con unas nuevas elecciones de resultado impredecible, y el no haber podido encontrar para el cargo a otro independentista que esté fugado de la Justicia o en prisión, han forzado la designación digital –tanto en su acepción relativa a los dedos como a la de transmisión por medios digitales electrónicos– del Sr. Torra, seguida por una toma de posesión express sin menciones a la Constitución ni al Estatut. Todo maravilloso.
Al igual que hizo Artur Mas con Carles Puigdemont, el “presidente en el exilio” ha elegido a dedo a su sucesor títere en lo que ya parece un principado romano donde el Presidente saliente designa con su sabiduría divina al entrante. En cuanto al perfil ideológico de Torra, ¿a quién le importa? A nadie interesa que el nuevo Presidente sea un supremacista de la identidad catalana que roza la extrema derecha. Por no importar, parece que no le importa ni siquiera a Esquerra Republicana ni a la CUP. Sobre este asunto me remito a todas las publicaciones de Torra que estos días circulan en redes sociales y medios de comunicación y que únicamente han sido excusados por el honorable president con un somero “lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir”. O algo así era.
El debate de ideas y de propuestas murió hace ya tiempo en Cataluña, asesinado alevosamente por el procés que todo lo devora y que traerá la tierra prometida de la independencia, en la cual la pobreza, la desigualdad o la corrupción serán solo palabras extrañas propias del pasado oscuro español.
Mención aparte merece el despropósito de nombrar a Torra como el presidente 131 de la Generalitat. Los números nunca han sido lo mío, lo reconozco, pero me da a mí que la única forma de aceptar como cierta esa cifra es reconocer a Wilfredo el Velloso o a Ramón Berenger, entre otros personajes, como algunos de esos presidentes milenarios. Llámenme loco, pero a mí eso me suena a una nueva manifestación de la épica construcción nacionalista con la que el independentismo trata de inventar una historia a su medida, aludiendo a una falsa continuidad y singularidad de ese país eterno y utópico que siempre ha sido y será Cataluña. Una grande y libre.
En fin, que bien parece que, tal y como era tristemente previsible, el culebrón catalán está lejos de acabar. Quim Torra no es más que un reinicio a la situación, al igual que ya lo fue el Sr. Puigdemont, en una historia que se repite como un déjà vu cansino e insufrible. El nuevo custodio de la patata caliente independentista. Hoy, un día más, es el día de la marmota catalana.