Tranquilos, ciudadanos: el Banco Central no quiere vuestros datos… solo vuestro dinero, vuestras decisiones y, ya de paso, vuestros hijos
Respiren hondo. Exhalen. Duerman tranquilos. El Banco Central Europeo ha vuelto a asegurarnos —con la misma convicción con la que un zorro promete cuidar del gallinero— que el euro digital no está diseñado para controlar nuestras vidas. Que no hay nada que temer. Que nuestros datos personales estarán más protegidos que un político ante un micrófono sin preguntas.
Y si lo dicen ellos, habrá que creerles. Porque si algo caracteriza a los burócratas del BCE es su sinceridad desbordante, su profundo respeto por la privacidad y ese amor entrañable por la libertad individual. Claro que sí.
Nos han prometido que el euro digital será una opción, como elegir entre pagar con tarjeta o con una colleja. Que el efectivo seguirá existiendo. Eso sí, para compras menores de 50 euros, porque según el gobernador del Banco Central de Italia, más allá de esa cifra, usar billetes es algo casi subversivo. ¡Qué falta de fe en la tecnología! Qué cosa más vintage pagar en cash.
Y atención, porque esto se pone aún más divertido (si no fuera tan trágico): el dinero con fecha de caducidad. Exacto. Como los yogures. ¿No quieres gastar tu dinero? Tranquilo, que el sistema lo hará por ti. Porque tú no sabes, tú ahorras como si tuvieras derecho a decidir qué hacer con tu trabajo. Pobrecito. Mejor que te obliguen a consumir, así ayudas a “estimular la economía” como buen peón del tablero financiero.
¿Y los datos personales? Pues no serán solo del BCE o de la Comisión Europea, no. También los tendrán esas tiernas corporaciones tecnológicas que tanto velan por nuestra privacidad, esas que nos conocen mejor que nuestra madre. Todo sea por nuestro bien, ¿verdad?
Nos dicen que con este sistema nos protegerán. Que se evitará que alguien use mal nuestros datos. Porque hasta ahora, evidentemente, nadie lo ha hecho. Por eso cada anuncio que ves parece que lo ha redactado tu conciencia.
Y no podemos olvidarnos de las perlas finales: “algoritmos que respeten a las personas”. Qué bonito. Casi dan ganas de imprimirlo en una taza. O esa otra: “protegeremos a los niños en Internet”. Ahí ya nos caemos de la silla. Qué ternura. Una estructura supranacional que ni conoce a tus hijos ni le importan, de pronto se convierte en guardián de su inocencia digital. Si no fuera por lo grotesco, sería enternecedor.
En resumen: el euro digital no es una herramienta de control, sino un regalo. Como ese amigo que te dice cómo vestir, con quién salir y qué debes pensar. Un amigo que te quiere tanto que no puede permitirte equivocarte.
Así que nada, ciudadanos europeos: abrid bien los brazos y las carteras. Y preparad vuestras conciencias, que el futuro viene digital, programable y con mucho amor institucional. Porque lo que no se puede manipular… no interesa.