Baleares: vivir en el paraíso, pagar como si fueras rico, y sufrir como si fueras invisible (edición con bonus Agenda 2030)

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Baleares. Esa joya del Mediterráneo donde los atardeceres valen oro, las playas parecen sacadas de una postal… y los residentes, bueno, los residentes sobreviven como pueden entre alquileres imposibles, tráfico permanente, comida a precio de lingote y un sistema que te sonríe mientras te exprime.

La isla lleva años vendida al turismo masivo, ese motor que nunca descansa y que, en vez de llevarnos a buen puerto, nos está dejando sin sitio en casa. Literal. Cada verano se superan cifras de visitantes, pero también se superan cifras de desesperación. ¿Cuántos pisos más convertidos en Airbnb? ¿Cuántos coches de alquiler más metidos en carreteras ya colapsadas? ¿Cuántas promesas políticas más que se quedan en titular?

Y en medio del caos, el drama de la vivienda. Porque aquí ya no se vive, se resiste. Alquileres de escándalo, sueldos de risa, hipotecas que te atan 40 años a un piso de 60 m², y jóvenes que, si no emigran, es porque no les da el sueldo ni para el billete de salida. Todo mientras se anuncian con bombo y platillo 100 pisos de protección oficial… cuando harían falta 50.000.

Eso sí, no pasa nada. Que para algo tenemos la Agenda 2030, esa Biblia de la sostenibilidad que tanto gusta sacar en las ruedas de prensa mientras se inaugura otro centro comercial o se privatiza otro trozo de costa. Hablamos de ODS, de igualdad, de ciudades verdes, y de transición ecológica… y luego no puedes ni coger un bus para ir al trabajo sin hacer tres transbordos y rezar a San Transporte Balear.

Y cuando uno piensa que ya no puede estirarse más, llega lo mejor: el precio de la comida. Que no hablamos de caviar, hablamos de tomates y huevos. De ir al súper y ver cómo tu cesta básica parece la compra de un chef Michelin. La inflación no se nota en los índices, se nota en el estómago.

Eso sí, mientras tú decides si comprar fruta o pagar el seguro del coche, el Gobierno central se da palmaditas en la espalda diciendo que “España es la economía que más crece de Europa”. Claro, con el IVA que recauda por cada yogur, cada litro de leche y cada chicle que compramos. El país va como un tiro… mientras tú vas contando las monedas.

Y como guinda del pastel: la presión fiscal. Aquí todo sube, menos tu cuenta corriente. Autónomos y pequeñas empresas pagando como si fueran multinacionales, trabajadores asfixiados con retenciones y cotizaciones, tasas de todo tipo, y la sensación constante de que el Estado solo se acuerda de ti cuando toca pasar la factura.

¿Y qué hacen con todo ese dinero? Lo justo para seguir tirando, y lo suficiente para que no puedas protestar. Hay más gasto público que nunca, pero también más colas en la sanidad, más barracones en educación, y más promesas en powerpoint. Eso sí, hay presupuesto para iluminar puentes con luces LED y hacer vídeos institucionales con dron. Faltaría más.

¿Hasta cuándo?

Hasta que la isla sea solo una postal vacía para turistas. Hasta que ser mallorquín, menorquín, ibicenco o formenterense sea un título sin territorio. Hasta que el último residente apague la luz del apartamento que ahora es un “loft experiencial premium con encanto isleño”.

Porque Baleares no necesita más turistas. Necesita dignidad. Políticas valientes. Y sobre todo, memoria. Para no olvidar que aquí se vivía, se criaba, se trabajaba… y no solo se vendía el catalán.

Postdata:  Que me perdonen los lectores que sean políticos que promocionan el gasto publico, los que tienen rent a car, los que tienen sus casas con Airbnb y los que recaudan más que nunca con el IVA de los productos básicos.