La ejemplaridad de los políticos brilla por su ausencia en tiempos de pandemia
La gestión de la pandemia perpetrada por nuestros gobernantes autonómicos y locales, también de los estatales, ha dejado demasiadas sombras. La facilidad con la que, desde la impunidad de sus altos cargos, han impuesto restricciones y, después, ellos mismos las han sorteado, o hasta todo incumplido, es ya demasiado escandalosa.
Las excursiones a pie, en bicicleta, hasta todo en globo, del doctor Fernando Simón por tierras mallorquinas para salir como una estrella en un programa de televisión; la multitudinaria fiesta (llena de ministros) del diario digital El Español, en el Casino de Madrid; o la comida de amigos organizada en Cantabria durante el mes de noviembre por el ministro de Sanidad, Salvador Illa, son solo un puñado de ejemplos de esta doble vara de medir.
Un doble rasero que aquí, en Balears, también ha acarreado su buena dosis de polémica. Recordemos las cenas de trabajo de la presidenta Armengol; la visita al Hat Bar a altas horas de la madrugada; las fiestas multitudinarias de la hija de la directora general responsable de la salud pública o la cena y la comida organizadas por la Conselleria de Agricultura para quedar bien con el ministro correspondiente del Gobierno en el marco de una visita protocolaria que no pasará, ni mucho menos, a los anales de nuestra pequeña historia local dada su irrelevancia total y absoluta.
Una comida y una cena, en este caso, que superaban por mucho los aforos permitidos, pero que fueron camuflados utilizando un juego de manos demasiado frecuente entre aquellos que menosprecian la gravedad mortal de la pandemia: separar a los comensales en mesas de seis.
La consellera podemita de Agricultura, Pesca y Soberanía Alimentaria, María Asunción Jacoba Pía de la Concha García-Mauriño, más conocida entre los mortales como Mae de la Concha, encabezó el convite con el que fue agasajado el ministro Luis Planas.
Un encuentro sin ningún resultado definido que fue muy bien condimentado con una cena en el celler Can Ribes de Consell y que, al día siguiente, se alargó con una visita al Port d'Andratx. En este caso, era inexcusable una comida en el restaurante del Club de Vela.
Dos encuentros a manteles donde, efectivamente, se respetaron las restricciones a la hora de engullir y beber, colocando a seis comensales por mesa, pero donde la suma de invitados superaba la veintena de personas, a pesar de las restricciones pandémicas.
El periodista de Diario de Mallorca, Miquel Adrover, fue quien publicó esta información. Una información desalentadora para el ciudadano, pero que constata una sospecha que sobrevuela la mayoría de corrillos. La de la existencia de una doble realidad. La nuestra, y la protagonizada por nuestros políticos. Aquellos que imponen restricciones durísimas y que, sin llegar a saltarse las recomendaciones sanitarias, encuentran hasta el más mínimo resquicio para evitar su espíritu más represivo. Hecha la ley, hecha la trampa.