La oscuridad y la lluvia fueron el presagio de una pesadilla que parecía arrastrar con ellos la paz del municipio y el futuro de los llorencins. Era media tarde cuando el torrent de ses Planes dijo basta. El lecho no aguantó los más de 220 litros por metro cuadrado y el torrente se desbordó cerca del campo de fútbol del Cardassar.
Las calles y callejones se convirtieron en un laberinto de agua y barro donde los coches flotaban, se perseguían y se hundían como barcos de papel. La ola asesina, de hasta cinco metros de altura, se abría paso en su camino hacia el mar.
"Nadie se lo esperaba. Menos mal que no sucedió durante la noche porque entonces no sé que hubiera pasado", ha explicado Catalina Llinàs, vecina de Sant Llorenç, quien ha manifestado que "la gente mayor no lo olvidará nunca, ha de pasar mucho tiempo para ello, es una fecha difícil de olvidar".
Ahora, un trueno suena diferente en el Llevant mallorquín. Es una advertencia, un mensaje, una mirada rápida al cielo pidiendo clemencia. No es miedo, es respeto. Es el recuerdo y el homenaje a las trece personas que perdieron la vida aquel maldito 9 de octubre de 2018.
"Ya éramos un pueblo muy unido, tras la torrentada todavía mucho más", ha destacado Victòria Masanet, vecina de Sant Llorenç, quien ha añadido que "el recuerdo está aún en la memoria, es muy reciente".
Este año no habrá homenaje. La presencia de la Covid-19 no lo recomienda y, además, a los llorencins, artanencs, gabellins, serverins y manacorins no les hace falta. La reacción de los miles de voluntarios de toda Mallorca fue el mejor de los reconocimientos. Espontáneo, sincero, auténtico. Una puerta abierta a la esperanza. El empuje necesario para dar aliento a un pueblo golpeado. Un pueblo que todavía hoy se limpia el barro de las heridas, pero que mira hacia delante con ilusión, más sabio y más agradecido que nunca.