Nos hemos convertido en un pueblo conformista y comodón. No nos gusta pensar, analizar las cosas con perspectiva y decidir por nosotros mismos. Prueba de ello es que siempre nos gobiernan los mismos, por mucho que nos decepcionen, nos engañen y nos defrauden, siempre votamos a los mismos. La razón: No nos apetece pensar, no nos apetece mirar al pasado y mucho menos hacia el futuro (que sin remedio estará influido por el pasado), y votamos por inercia a los que siempre hemos votado, aunque cada vez nos decepcionen un poco más. Y así nos va, gobernados por una panda inútiles que solo piensan en el beneficio propio y que nos toman por tontos cada vez con más descaro.
Desde hace algún tiempo en los medios solo se tratan dos temas: Covid-19 y el asunto del ciudadano Borbón y su amada Corina. Hemos vuelto a los tiempos en los que solo teníamos dos canales de TV y ahora solo tenemos dos temas de información. El Covid o el Rey (emérito, eso sí), el Rey (emérito) o el Covid y de ahí no hay nadie que nos saque.
La historia del Covid-19 y sus consecuencias ya las conocemos, es más, ya estamos hartos de virus, brotes y rebrotes, mascarillas y nueva normalidad y por eso era necesario que surgiera otro tema para poder rebajar un poco la intensidad de la catástrofe virológica que nos afecta. Y voilà, aquí la tenemos. Resulta que el Rey de Arabia Saudi, en un gesto habitual entre amigos y primos, le regaló al ciudadano Borbón la suma de 100 millones de dólares como prueba de su cariño y admiración, cosa, como decía, de lo mas normal entre gente de tan alta alcurnia.
Abdullah bin Adbul Aziz Al Saud le transfirió tal cantidad al ciudadano Borbón a un banco suizo y a nombre de una fundación, la fundación “Lucum”, gestionada y administrada por el ciudadano Borbón y cuyo objeto de la fundación era la de gestionar esa pasta que, como es normal, hubiese estado muy feo estuviese a nombre del ciudadano Borbón.
El dinero del primo Saudi, ajeno a cualquier control del fisco español, le sirvió a los Borbones para sobrevivir durante la crisis económica que sufrimos todos los españoles en el 2007/2008. Según se ha sabido estos últimos días, el padre llego a retirar la no despreciable cifra de hasta 100.000 euros mensuales para sus gastos y los de su familia porque la asignación del estado no le llegaba para mantenerlos a todos con cierta dignidad. Según algunos medios el Emérito Rey llego a disponer en 2010 de hasta 1,5 millones de euros de esa cuenta para, según los investigadores, cubrir los viajes, regalos y otros gastos de tan regia familia Borbónica.
Pero como todos los cuentos, este también tiene un final, o por lo menos eso esperamos, que tenga un final y que por fin los españoles podamos decidir entre monarquía o república, aunque visto lo visto, quizás sea mejor esperar a plantear tan trascendente cuestión a generaciones venideras, política y socialmente mas maduras que la actual.
Las cosas de palacio empezaron a torcerse y a ponérsele cuesta arriba al patriarca que se vio forzado a retirar, como beneficiario de la fundación Lucum, a su hijo Felipe, el que, a su vez, retiro a su padre la paguita de jubilado que con tanto esfuerzo le pagamos entre todos. El actual jefe del estado renunció a la herencia del padre, eso sí, cuando ya no quedaba nada porque el emérito había transferido 65 millones de euros a su gran amor, Corinna Larsen, y ahora llegamos al punto que yo quería llegar y que es el motivo de estos cuatros letras que, sin pretensión alguna, escribo para que las lea el que quiera y el que no quiera no las lea.
Independientemente de las acciones colaterales derivadas de un inocente regalo de 100 millones, que muchos mal pensados creen que fue una comisión por el AVE a la Meca, cuando en realidad es algo habitual entre colegas, por el detalle de no pasar por hacienda, estar ocultos o para que se destinó, aquí lo importante es lo del regalo de Juan Carlos a Corina.
¿¿Quién no ha hecho alguna vez una locura por amor?? Que tire la primera piedra quien no haya intentado deslumbrar alguna vez a su amada o su amado. Todos, absolutamente todos, cegados por el juvenil amor impregnado de granos, acné y hormonas hemos hecho alguna tontería que luego, en frio, quizás nos hemos arrepentido pero que no le resta ni un solo ápice de ternura y romanticismo. La inmensa mayoría de la ciudadanía ven el gesto del emérito Rey como un grave delito (que igual lo es) y solo aquellos románticos empedernidos vemos como lo que es: ¡¡¡Una enorme e inocente prueba de amor!!!
Podéis pensar lo que queráis, podéis ver todos los delitos que os imaginéis, podéis criminalizar el amor, pero, por mucho que hagáis no conseguiréis ocultar lo que es. AMOR