La recién fallecida doña Pilar de Borbón y Borbón, hermana mayor del rey emérito Juan Carlos, era su más entrañable amiga y confidente. Desde muy pronto, Doña Pi, como así era popularmente conocida la duquesa de Badajoz, asumió la jefatura real de la familia en España dada la ausencia de sus padres, Don Juan y Doña Mercedes, exilados ante la supervivencia del general Franco. El joven monarca, ya en la Transición, alrededor de la mesa familiar madrileña y frente a un suculento plato de la gran cocinera que era su hermana, compartía cuitas con ella y reclamaba sus consejos para afrontar las dificultades del mandato político.
Pasados los años, y con el traslado veraniego a Marivent de la familia Borbón y Grecia, Doña Pi no dudó en comprarse una casa también en Mallorca. Primero fue en la zona de Porto Pi, a un tiro de piedra –nunca mejor dicho– del antiguo palacete de Saridakis y del amarre del ‘Fortuna’. Pero la ilegalidad denunciada por un vecino de unas reformas estructurales en ese inmueble acabó con el traslado al nuevo refugio de Calvià. Eso sí, otra vez frente al mar.
Por cierto, unas obras las de Porto Pi, una denuncia, un juicio, unos trámites administrativos en el Ajuntament de Palma y un expediente de disciplina urbanística que trajeron por la calle de la amargura al por entonces alcalde de Ciutat, Joan Fageda, en el centro de la polémica y en primera página de los periódicos de toda España.
Las estrechas relaciones personales entre Doña Pi y Juan Carlos de Borbón motivaron que en múltiples ocasiones el entonces rey de España, en solitario, sin su esposa Sofía ni sus hijos, sobre una potente moto, se trasladara a la urbanización Sol de Mallorca sin avisar para comer con su queridísima hermana. Comer, hablar y escuchar cómo actuar.
Alrededor de la mesa de la terraza, frente a la piscina y la inmensidad del mar, seguro que decenas de problemas fueron compartidos. Desde algunos de estado a muchísimos de cariz personal, como las relaciones extramatrimoniales del emérito –vox pópuli en toda Mallorca–, sus salidas con su pandilla de fieles amigachos que le tapaban todas las vergüenzas e, incluso, en reiteradas ocasiones se vio a los escoltas reales frente a la casa de Doña Pi cuando Doña Pi no estaba en Mallorca, lo que dio pie a numerosas interpretaciones sobre el uso del inmueble para encuentros fuera de protocolo del rey español con amistades inconfesables.
Pero no solamente de eso nos podrían hablar las piedras de las paredes ahora en venta del chalet de Sol de Mallorca. También servirían para llenar páginas de periódicos y horas de televisión las conversaciones, secretos privados y recomendaciones de los abogados a la pareja formada por la infanta Elena y su marido, el ahora preso Iñaki Urdangarín. Y es que la casa de Doña Pi también sirvió de refugio alejado de la prensa del matrimonio, en ese momento todavía presuntamente culpable, durante las largas jornadas del juicio al que tuvieron que enfrentarse y que acabó –sin sorpresa para nadie– con la absolución de la hermana del rey Felipe y la condena de su marido.
Si alguno de ustedes quiere intentar que esas paredes hablen, el precio a pagar rondará cerca de los 3 millones de euros. Ese es el valor de mercado del inmueble, ahora puesto a la venta por los hijos de la difunta condesa. Simoneta, Juan, Beltrán, Bruno y Fernando Gómez Acebo Borbón han decidido desprenderse de la herencia inmobiliaria y convertirla en dinero contante y sonante, como también han hecho con la otra casa familiar, sita en la señorial zona de Puerta de Hierro de Madrid.
A cambio de estos 3 millones de euros –precio sujeto a negociación– podrá usted acceder a la propiedad de un chalet de dos plantas de 200 metros cuadrados construidos en un solar de 1.000 metros cuadrados en una de las urbanizaciones más exclusivas de la isla.
En la planta baja encontrará un recibidor, dos habitaciones, un cuarto de baño, la cocina, un patio interior y, lo que es más destacado por los vendedores, un salón comedor con un gran ventanal de cara al horizonte marino encaramado sobre un acantilado y acompañado de un porche cubierto con barbacoa de obra frente a la piscina también asomada al Mediterráneo. Todo muy adecuado para relajarse en las noches de verano frente a una buena cena ‘a la fresca’ entre chapuzón y chapuzón.
El piso superior cuenta con otros dos dormitorios, otro baño y una terraza, una vez más con el inestimable privilegio de poderse asomarse a ella a todas las horas del día y teniendo en frente solamente el inmenso gran azul.
El último acto familiar que se celebró en esa casa, en el porche, junto a la piscina y en el salón comedor, fue la comida familiar que convocó Doña Pi para celebrar su 80 aniversario. Después, todo ha sido ir rodando cuesta abajo, tanto por la salud de la propietaria, como las múltiples desavenencias matrimoniales de los hijos y los avatares protagonizados por el regio hermano hasta su abdicación “no lo volveré a hacer”.
Si las paredes del chalet de Doña Pi hablasen, seguro que más de uno de nosotros se llevaría las manos a la cabeza al oír sus secretos.