Su titular en La Vanguardia decía lo siguiente: “Una niña se salva de un posible secuestro gracias a una palabra clave”. La niña tenía 10 años y ocurrió el 7 de noviembre de 2018 en Arizona, USA. Un desconocido con un coche se paró junto a un niño y una niña que caminaban juntos y le dijo a ella que sus padres le habían pedido que la llevara al hospital urgentemente porque su hermano había tenido un accidente. La niña le preguntó la palabra clave de la familia y el desconocido, al no poder responder, se fue, pues la ella se negó a subir al coche. Por supuesto, lo del accidente de su hermano era mentira, aunque el agresor sabía que ella tenía un hermano.
Ahora, una noticia de esta misma semana que, como tantas otras interesantes, ha sido marginada de las portadas por el Coronavirus.
Esta es del lunes 9 de marzo de 2020 y la he leído en la prensa de Mallorca. Habla de una mujer canadiense, residente en Esporles, que ha denunciado ante la Guardia Civil el intento de secuestro de su hija, de seis años, por parte de una pareja de mediana edad. El delito no se consumó gracias a que la niña les preguntó la palabra clave familiar cuando los desconocidos intentaban llevarla a su caravana para invitarla a un helado, según declaró, y, en casos como estos, los niños tienen siempre presunción de veracidad. Los sospechosos no supieron responder y la niña salió huyendo.
Esporles es un pueblo tranquilo de cinco mil habitantes, donde los niños juegan sin miedo cerca de sus casas, muchas unifamiliares. Por la mayoría de sus calles circulan pocos coches, con zonas peatonales.
Seguro que yo también supe del intento de secuestro de 2018 en USA, pero no lo recordaba, a pesar del interesante detalle de la palabra clave. Ahora, ante este nuevo caso, he preguntado a varias personas si conocían alguna familia que empleara el truco de la palabra clave para identificar a los secuestradores que actúan intentando ganarse la confianza de los peques. Todas las respuestas han sido negativas.
Hace mucho tiempo, puede que doscientos años, o más, los errores que cometían los militares durante la vigilancia nocturna en tiempos de guerra ocasionaban bajas entre soldados del mismo bando, pues en la penumbra no tenían manera de reconocerse. A alguien se le ocurrió lo del “santo y seña”, que cambiaban cada día, para preguntar antes de disparar. El número de víctimas no deseadas se redujo radicalmente.
El secuestro de un hijo es una de las mayores desgracias que puede sufrir cualquier familia, y no hace falta haber visto grandes películas, como “Mystic River” o “El cebo”, para tener conciencia de ello.
Por eso me sorprende que, tras muchas generaciones salvando vidas gracias al “santo y seña”, no hayamos sido capaces de crear y aplicar de manera generalizada una versión para familias, de tal manera que los niños dispongan de una acción a su alcance que les permita identificar el peligro.
Quizás la explicación de esta insuficiencia colectiva en mecanismos de autodefensa para los más débiles consista en que la comunicación entre padres e hijos está aún sembrada, al menos en España, de tabúes y temas de los que no se habla, pues parece evidente que pasar del “nunca te vayas con un desconocido” al “si un desconocido intenta que te vayas con él, incluso diciendo que va de nuestra parte, dile que te diga nuestra palabra clave”, requiere un esfuerzo de comunicación amplia y sincera con nuestros propios hijos del que no siempre somos capaces.
Hay desconocidos “encantadores” que son capaces de ganarse la confianza de casi cualquier niño, pero si el secuestrador fracasa en la prueba objetiva de la palabra clave, o contraseña, de la familia, es muy difícil que el niño “muerda” el cebo. Para empezar, los mayores comenzamos rebajando la desconfianza defensiva de los pequeños cuando utilizamos únicamente el masculino para advertir del “desconocido” que, si se acerca a un niño, se convierte siempre en sospechoso. Me importa un bledo si esta frase es hoy políticamente correcta, pero la protección contra cualquier disfraz de los que utiliza la maldad es lo más importante. Siempre.
Otra de las bondades de la contraseña familiar es que, si su uso se extendiera, provocaría un efecto disuasorio significativo entre los secuestradores envolventes de niños despistados, pues sabrían que serían descubiertos. Y algunos niños, los más espabilados, en caso de que el desconocido les hiciera sospechar, se fijarían más para futuras identificaciones policiales. Por ejemplo, la niña de Esporles, de solo seis años, ha facilitado que los policías pudieran realizar este retrato robot.
Sin ánimo de ser exhaustivo, y rozando la política con este asunto, llama la atención que a los neofranquistas de Vox, en lugar del conflictivo PIN parental no se les haya ocurrido liderar una movida social a favor de la contraseña familiar. Sorprende en ellos, que tanto presumen de defender la familia casi con las mismas palabras del dictador Franco y sus secuaces. Y, también, por lo mucho que disfrutan los de Abascal manejando armas de fuego, no sabemos si con la intención de terminar militarizando toda la sociedad. Por lo del “santo y seña”, me refiero.
Quizás ocurre que lo de la palabra clave de familia es una iniciativa que no podría sembrar en la sociedad el odio que ellos buscan con lo del PIN.
Habrá quien diga que lo mejor sería implantar un chip con un geo localizador desde el mismo momento en que un niño aprende a andar, de tal manera que las personas de las que depende puedan conocer su ubicación en todo momento.
Todo se andará, y no se trata de soluciones incompatibles, pero soy de los que piensan que el progreso tecnológico debe contribuir a fortalecer el carácter y la seguridad en sí mismas de las personas, no a relajar su inteligencia natural, sustituyéndola por artificios tecnológicos.
Y aunque, caso por caso, poco podría hacer la contraseña familiar contra el secuestro psicológico de niños y niñas que ha significado la pederastia practicada en el entorno de la Iglesia Católica, tampoco se puede negar que la comunicación abierta y de máxima confianza que habría tenido lugar dentro de las familias que hubieran implantado la contraseña autodefensiva habría proporcionado criterios y fortaleza a miles de peques, consiguiendo que algunos de ellos intuyeran el peligro y se libraran de las garras viciosas de tantos violadores con sotana que jamás pagarán por sus delitos.
Termino. Tenía previsto pedir disculpas por no haber escrito sobre el Coronavirus en un día como hoy, pero no hará falta. Trump, como ya hicieran en España sus admiradores Casado y Abascal, ha roto el pacto mundial de todos contra el bicho y acaba de ordenar la suspensión de viajes desde Europa (excepto UK, naturalmente) hacia USA. Las bolsas europeas han respondido con caídas masivas, que ha elevado las pérdidas a más del 35% en las últimas tres semanas. Faltan minutos para el cierre y el Ibex 35 está a punto de batir, de nuevo, el récord de los últimos años, cayendo más del 11%. Algunos dicen que es porque Europa está esperando las decisiones de su Banco Central, pero el Dow Jones también cae un 7% y ha tenido que cerrar por segunda vez esta semana para cortar la racha vendedora.
De esta noticia de Trump me sorprende que en los titulares de la mayor parte de los medios españoles de ámbito estatal se estén ocultando las inaceptables acusaciones vertidas por Trump contra los países del Espacio Schengen, por no haber actuado bien ante la pandemia, afirmando incluso que los casos que se están produciendo en USA son culpa de los europeos. El telegrama de Miguel Ángel Aguilar, en La SER a las 14:34 horas como todos los días, sí se ha hecho eco de las ofensas de Trump. La U.E. también ha protestado.
Si fuera creyente, a Trump y sus seguidores les diría aquello de que “Dios les castigará”. De momento, nos atendremos a los resultados de la expansión del Coronavirus por países cuando esta desgracia termine. Si termina.