La primera lección que todos deberíamos ya haber interiorizado consiste en que, desde posiciones ideológicas, no se garantiza una enseñanza de calidad. En el renovado fracaso educativo, que hemos vuelto a cosechar, hemos de señalar con el dedo a la indebida apropiación partidista de la izquierda, consistente en arrogarse en exclusiva la autoridad moral para organizar el sistema educativo. Llevan desde la transición política -con el éxito que todos conocemos- gestionando la educación en España.
Nadie está autorizado a reclamar parea sí semejante exclusividad –señores de la Consejería de educación- y nadie es nadie. ¿Hasta cuándo habremos de soportar su resistencia a lo evidente?
La segunda lección que no se quiere aprender está relacionada con la figura central del profesorado. Su protagonismo, a mi entender, es muy superior al de la propia reforma legal del sistema educativo. Sin embargo, tal evidencia –a la vista de la atención que se le presta- tiene menos audiencia que un sermón en la inmensidad del desierto.
Cuando se utiliza al profesor -todos lo hemos presenciado- como instrumento de oposición política, no es posible después –si se tiene la responsabilidad de la gestión- hacer nada al margen del mismo, por oportuno que parezca. Ahora, aunque quieran, no pueden. Son pobres rehenes.
La tercera lección, que nadie está interesado en escuchar (son muchos quienes se ven señalados), se relaciona con la selección del profesorado, que se ha llevado a cabo desde opciones políticas partidistas, manifiestamente infectadas de catalanismo. Tenemos un muy amplio sector del profesorado cuyo objetivo primordial no es su implicación efectiva en el rendimiento escolar sino en el adoctrinamiento y proselitismo nacionalistas. En este aspecto, la complicidad de cierta derecha también merece su reproche.
La cuarta lección, que afecta todo el mundo, nos dice que “la escuela es un lugar donde se encuentra gente muy distinta que aprende a convivir.
Que no habla de religión en el sentido de hacer sectarismo. Que no deja que los maestros hagan proselitismo político. Que enseña a respetar las opiniones de los demás, a convivir respetando, porque la razón nunca es absoluta” (Pániker). ¿Hasta cuándo aplazaremos que tales objetivos educativos formen parte del más elemental ideario educativo? También en este aspecto, la complicidad de cierta derecha vuelve a asomar la oreja.
La quinta lección -aunque su formulación molestará a muchos- está en relación opuesta a muchas de las reivindicaciones actuales del profesorado en Baleares. El verdadero problema de la enseñanza no radica en incentivar la subida de los salarios, ni en rebajar el número de alumnos por aula, ni en invertir más en educación. El último Informe Pisa ha vuelto a evidenciarlo. ¿Hasta cuándo consentiremos que se reme en la dirección equivocada?
La sexta lección, que los responsables políticos no quieren impulsar, está en relación con poner en marcha una más intensa profundización en el camino de la autonomía de los centros. No es buena la rigidez del sistema. Cada centro ha de ser decisorio, dentro de la legalidad, en la fijación de la estrategia concreta que le lleve al éxito educativo. Tal autonomía permitiría además abrir más horizontes a la necesaria promoción profesional. ¿Hasta cuándo seguiremos apoyando la ineficacia de quienes gestionan el sistema educativo?
Corresponde al ciudadano de a pie, sobre todo a los padres, tomar nota y decidir si siguen apoyando tal estado de cosas o le vuelven la cara y además de modo activo. ¡Esa es su responsabilidad! La única respuesta democrática es no ser cómplice de la situación actual y no meterse en trampas obscenas. Hagan suya esta idea, plena de exigencias: “la escuela sirve para hacer personas, para enseñar a pensar, a tener opiniones propias y, por supuesto, a ser responsable” (Pániker).