Usted, como magistrado juez con larga y fecunda experiencia en los tribunales de justicia, sabe de las enormes dificultades que conlleva desempeñar determinados cargos y puestos de alta responsabilidad. Dictar una sentencia requiere de profundos conocimientos técnicos de los códigos legales a aplicar en cada caso concreto, también de la sabiduría de saber escuchar y entender a los protagonistas del conflicto, de aplicar las circunstancias eximentes y atenuantes del delito y de, así mismo, valorar los hechos agravantes. Impartir justicia no es una cuestión baladí. No podemos dejarla en manos del primero que pasa por delante de la puerta. En cada acto judicial, en cada resolución y en cada sentencia la sociedad se juega mucho. Tanto como ser justa y ecuánime o ser injusta y destruir con su estulticia la vida de una persona, de uno de nosotros. Por eso impartir la justicia no está en manos de cualquiera.
En la política, sin embargo, no se aplican los mismos parámetros. Los ciudadanos estamos desgraciadamente demasiado acostumbrados a que el reparto de las responsabilidades de gestión en nuestros incontables gobiernos se realice priorizando el figureo y la repercusión mediática del cargo. Todos los políticos aspiran a estar situados siempre en la primera fila del escaparate, estampar su firma todas las veces que sea posible en los cheques que reparten los fondos públicos y luchan a brazo partido para detentar el protagonismo de las portadas de la prensa de papel inaugurando cosas, prometiendo más cosas y diciendo que hará miles de cosas más, aunque luego todas estas cosas sean un absoluto bluf.
¿Puede un marinero de agua dulce pilotar un gran trasatlántico? ¿Se dejaría usted intervenir quirúrgicamente en su cerebro a vida o muerte por un estudiante de primero de Medicina? ¿Un simple tuercebotas de tres al cuarto puede liderar las obras de construcción de un gran rascacielos?
Señor Yllanes: ¿debería haber permitido nuestra sociedad y nuestro Estado de Derecho que las sentencias del juicio al imán de Fuengirola que invitaba a golpear a las mujeres sin dejar huella y de los casos de corrupción política Palma Arena, Andratx y Nóos –todos ellos perfectamente conocidos por usted– hubieran quedado en manos de un advenedizo desnortado?
Seguramente coincidiremos en que su respuesta, y la nuestra, es un meridiano no. Respetando a todos, no debemos dejar los asuntos sensibles y complicados en manos de personas inexpertas y desconocedoras de los vericuetos técnicos de los asuntos complicados.
El cambio a peor que está padeciendo nuestro clima es un problema que para ser paliado requiere complejas y complementarias medidas técnicas, económicas, industriales, energéticas, políticas y sociales, entre muchas otras. Esta realidad no se nos escapa a nadie. Hay que ir evolucionando de forma eficiente para reducir las emisiones de los gases que provocan el efecto invernadero, la subida de las temperaturas en toda la Tierra, el deshielo de los polos, la subida del nivel del mar y la consecuente inundación de las zonas costeras, además de extremar los efectos climáticos con lluvias cada vez más intensas y olas de calor extenuantes.
Las medidas paliativas de esta grave enfermedad y restitutivas de la salud terráquea son complejas y diversas. Extremar algunas de ellas puede abocarnos al fracaso y, más grave aún, a la oposición y la desmovilización de la ciudadanía al ver en estas iniciativas profundos recortes a sus conquistas sociales. La pólvora sorda no se inventó tras la barra de un bar ni en una charla con los amigos.
El diccionario de los aforismos de la lengua española está plagado de frases célebres que nos definen el punto en el que ahora estamos en todo aquello que tiene que ver con las iniciativas políticas que usted está impulsando desde su recién estrenado cargo. “Zapatero a tus zapatos” sería una de ellas. Otra podría ser “Más peligroso que un mono con dos pistolas”. O, incluso, “Tener ideas de bombero”. Seguro que usted, señor Yllanes, quiere y sabrá huir de todo esto.
Vicepresidente y conseller de Transició Energètica:
No obligue a la sociedad balear a odiar las medidas que necesariamente debemos adoptar para colaborar desde nuestro modesto y pequeño rincón del mundo a frenar el cambio climático. No acogote a los pequeños empresarios de los talleres mecánicos ni a los ciudadanos que deben decidir el tipo de automóvil que van a adquirir en los próximos años. No ponga en peligro el suministro de energía de las Illes Balears cortocircuitando las fuentes actuales de producción eléctrica, y menos cuando las alternativas propuestas existen por ahora solamente sobre el papel. No practique la política de despacho, totalmente alejada de la realidad, que tanto gusta a algunos de los que ahora nos gobiernan. No nos imponga sus apriorismos ideológicos por encima de nuestra realidad económica y social. Sea consciente de lo que significa gobernar, que no es –de ninguna de las maneras– imponer. Escuche a los que saben, a los que cada día levantan las verjas de sus negocios y mueven nuestra economía, a los que deben invertir sus escasos beneficios en renovar su maquinaria y sus vehículos y, después, amortizarlos. A los que desde las Illes Balears compiten en flagrante desigualdad con otras empresas de la Península y del continente europeo y que se verán injustamente sojuzgados con medidas estrambóticas que harán que sus productos y servicios queden fuera del mercado. Fuera del mercado por una ocurrencia de un político adoptada a la ligera desde un despacho con moqueta, aire acondicionado, varias secretarias, decenas de asesores bien pagados y coche oficial aparcado a la puerta.
Señor juez magistrado Yllanes y, coyunturalmente, conseller de Transició Energètica:
Querer no es ni saber ni poder. Ni saber ni poder. Piense con la cabeza. No meta la pata. Deje de guiarse solamente por los cantos de sirena de los que le ríen todas sus ocurrencias. Ponga los pies en el suelo y patee la calle. Comparta con el resto de los ciudadanos de las Illes Balears nuestra auténtica realidad. No quiera ser más papista que el Papa. Las ocurrencias, señor vicepresidente, en casa y en privado. Como dijo nuestro insigne Eugeni d’Ors: “Los experimentos, con gaseosa”.