Este verano ha sido célebre el cacareo en los medios respecto a la enésima travesía del Open Arms en aguas mediterráneas, así como todo el problema migratorio que existe de fondo. En este caso, hablamos de un tema, la inmigración, que en los últimos veranos siempre es noticia, pero que luego se olvida rápidamente una vez comienza el frío de nuevo. Como si el problema migratorio tan solo existiera en el verano, y no fuera un conflicto lo suficientemente relevante para ser abordado de una vez por todas en la Unión Europea.
Asimismo, nuestro país también ha padecido (y sigue padeciendo) en estos dos últimos meses un brote de listeriosis que se ha venido agrandando con el tiempo a causa de la negligencia e indiferencia de la Junta de Andalucía, que ha ejemplificado a la perfección el papel que toda empresa o institución no tiene que llevar a cabo jamás a la hora de encarar una crisis de este calado. Falta de comunicación y transparencia, ausencia de asunción de culpas, falta de empatía con los afectados…en fin, un largo historial de directrices que todo un equipo de comunicación de una institución pública ha burlado por la cara, y que ha provocado una magnificación enorme de los hechos en determinados medios.
Si bien es cierto que estos dos sucesos han copado gran parte del espacio de los medios en este verano, tampoco resulta despreciable otra serie de noticias secundarias que han aparecido a lo largo de estos meses, que nos muestran a la perfección el país en el cual vivimos, y el hecho de porque los españoles tenemos lo que nos merecemos.
Hace unas pocas semanas, el Ministerio del Interior anunció que pensaba cambiar el término de “Menores Extranjeros no Acompañados” (MENA), ya que lo consideraba poco igualitario y discriminatorio, por el de “Niños, Niñas y Adolescentes Migrantes no Acompañados” (NNAMNA). Asimismo, más o menos por las mismas fechas, los protaurinos se enfrentaban a los animalistas en Palma coreando el Cara al Sol, al mismo tiempo que los Ayuntamientos de Madrid o Bilbao censuraban a músicos por sus convicciones izquierdistas o por sus letras machistas.
No hay duda de que la expresión “ser más papista que el Papa” es perfectamente transferible al indescifrable pensamiento del español medio. Da igual que nuestro sistema educativo no sea efectivo, da igual que no se luche contra la corrupción o contra la precariedad laboral, del mismo modo que da igual que no se implementen medidas que luchen contra el cambio climático. Claro que nos da igual, ¿cómo no nos va a dar igual, si tampoco nos importa si seguimos sin Gobierno o no? En cambio, sí que es importante censurar, cambiar nombres insignificantes de entidades relativamente irrelevantes o luchar por algo tan estúpido como la validez moral (o no) de las corridas de toros. Como bien dice Arturo Pérez Reverte, vivimos en la era de la estupidez.