En estos momentos, el 36% del agua que consumen los palmesanos es directamente de desaladora. Un 22% tampoco proviene de fuentes, ni de pozos ni de embalses. Es de la potabilizadora de Son Tugores, que convierte agua que no es potable antes de ser tratada en ese centro. Otro 8% es de pozos salobres; es decir, infiltrados de agua marina. No llega al 20% el agua que proviene de los acuíferos de s’Estremera, en acelerado proceso de regresión. Por tanto, ahora mismo, más del 64% del agua palmesana es salada o salobre reconvertida por efectos mecánicos.
Y en el futuro próximo aumentará más este hecho al tenerse que suspender la extracción desde los embalses. Con una conclusión económica alarmante: el agua desalada o tratada es cara, muy cara. Solamente este verano, el Ajuntament de Palma ha pagado 8,6 millones de euros por ella.
Destacar que a fecha de hoy, los embalses están al 32% de su capacidad, cuando hace solo doce meses estaban al 52%. Con la sequía se ha ido extrayendo agua, sin que fuera repuesta por la lluvia o las nevadas del invierno. La situación actual obliga a detener el proceso, so pena de provocar averías en los elementos mecánicos de los embalses y resquebrajamiento de los muros de la presa.
Emaya, la empresa municipal de aguas y saneamiento de Palma, ha señalado en su último informe del Consejo de Administración que la situación es “preocupante, por estar en prealerta por sequía en un verano de afluencia récord de turistas y visitantes”. Con cifras en la mano, en agosto de este año se ha consumido un 10% más de agua que en el mismo mes del año pasado.
Palma, por tanto, se ve abocada a beber agua de mar en fechas muy muy próximas. Agua que, a su vez, es muy cara.