Parece mentira lo que ha cambiado el mundo en apenas unos años. En la actualidad, la mayoría de las series españolas que obtienen mejor recibimiento suelen ser series dramáticas. Piensen sino en El Ministerio del Tiempo o en La Casa de Papel. Asimismo, gran parte de las últimas películas nominadas en los Oscars apenas se acercan al nivel de las películas anteriormente citadas. Y qué decir del mundo del fútbol… cuando a lo largo de estos últimos años hemos sido testigos de una de las mejores épocas del Barcelona y el Real Madrid, encadenando año tras año Ligas y Champions como si fuera lo más normal del mundo.
Esta edad de oro del fútbol español, que comenzó hace tan solo una década a través de los éxitos de la selección española, ha acabado por acostumbrar a una gran parte de los futboleros de este país, a un nivel de exigencia brutal e inimaginable respecto a sus equipos predilectos o a la propia selección nacional. Actualmente, multitud de periodistas se han acostumbrado a tildar de “fracaso” cualquier temporada en la que el Real Madrid o el Barcelona no consiguen ganar un triplete.
Por lo visto, aún hay mucha gente que considera lo más normal del mundo, el hecho de conquistar cuatro Champions League en cinco años (como sucede en el caso de los merengues), al igual que un gran número de futboleros ven totalmente plausible que el Barcelona revalide año tras año los títulos de Liga y Copa del Rey. De hecho, con La Roja ha sucedido exactamente lo mismo a lo largo de estos últimos años. Las discretas actuaciones de la selección española de fútbol en los últimos Mundiales y Eurocopas que se han celebrado, han sido vistas con un grado muy elevado de escepticismo y desilusión de parte de los aficionados. Como si ganar semejantes competiciones fuera tan sencillo.
Los aficionados y las directivas de los clubes de fútbol en nuestro país han demostrado tener cada vez menos paciencia con los entrenadores (y sus jugadores). Me asombra profundamente que, tras la desastrosa eliminación del Barcelona en la Champions, gran parte de la prensa haya hablado ya de posibles sustitutos para Ernesto Valverde. Un entrenador que ha conseguido la Liga con varias jornadas de antelación, y que ha vuelto a colocar a su equipo en la final de la Copa del Rey, se merece un mínimo de respeto.
Piensen también en la situación del Atlético de Madrid. En el año 2003, los rojiblancos acababan de regresar a Primera División, tras dos años de sufrimiento y resignación en la categoría de plata. Sin embargo, tras la llegada de Simeone al banquillo colchonero, el Atlético de Madrid ha sido campeón de Liga y subcampeón de Europa en dos ocasiones, después de estar muchos años alejados de la primera línea del futbol mundial. Todo esto ni siquiera ha servido para que en más de una ocasión, la directiva rojiblanca haya pensado en descabalgar definitivamente al técnico argentino.
Mientras tanto, los magníficos entrenadores de los equipos que se han proclamado finalistas de la Champions League, Jürgen Klopp y Mauricio Pochettino, llevaban cuatro y cinco años respectivamente en sus clubes sin ganar absolutamente nada. ¿Creen ustedes que un equipo español hubiera retenido más de una temporada a uno de estos entrenadores, si en su primer año hubiera sido incapaz de ganar alguna competición? Ya les digo yo que no. Parece que el fútbol en nuestro país se ha contagiado del mismo problema que padecen nuestros políticos: el cortoplacismo. Un contratiempo que siempre será un impedimento a la hora de construir un proyecto deportivo (o político) exitoso a largo plazo.
PD: Después de las remontadas de Liverpool y Tottenham, intenten no relativizar en exceso las segundas vueltas. Los resultados del próximo 26-M aún no están decididos, y más en unos tiempos en los que la política se ha vuelto tan caprichosa como el fútbol.