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Descansemos en paz

Mis amigos no me creen cuando les cuento cómo imagino mi funeral. La tradición de Mallorca ayuda a parte de mi fantasía, porque divide por sexos a los más allegados al difunto. A la derecha del féretro se sitúan los hombres y a la izquierda las mujeres, pero en realidad solo pediría dos cosas: un artilugio en el ataúd que me permita ver lo que sucede fuera, y alguna asistente en las primeras filas vestida de luto riguroso, como Anjelica Houston en El Honor de los Prizzi. Falda por la rodilla, stilletos de doce centímetros, pamela y maxi-gafas negras, en actitud compungida pero sin excesos, y una cierta ironía en la expresión de su rostro: lo pasamos bien a ratos, cabrón. Para ser una última voluntad no me parece demasiado, teniendo en cuenta que después de esa performance lo único que reclamo es descansar en paz para siempre, que no remuevan mis huesos ni trasteen con mi memoria.

Vestida de luto riguroso, como Anjelica Houston en El Honor de los Prizzi. Falda por la rodilla, stilletos de doce centímetros, pamela y maxi-gafas negras, en actitud compungida pero sin excesos, y una cierta ironía en la expresión de su rostro: lo pasamos bien a ratos, cabrón.

Habrá quien piense que me he vuelto loco, pero la realidad supera a la ficción. Corea del Sur es el país con el índice de suicidios más alto del mundo, más de 15.000 al año. Allí una empresa tuvo la idea de organizar falsos funerales para desalentar a los coreanos de quitarse la vida. La idea se resume así: no hace falta que vayas tan lejos, te ofrecemos pasar veinticuatro horas de tu vida asistiendo a tu final. Korea Life Consulting te organiza un día completo despidiéndote de ti mismo, con nota de adiós incluida dirigida a tus seres queridos. Este es un ejercicio revelador, porque te muestra quién eres y las relaciones que de verdad te importan. El plato fuerte de la jornada llega por la noche. A la luz de las velas te diriges a un pequeño cementerio donde espera un ataúd vacío en el que permaneces encerrado durante quince minutos. Encerrado de verdad, porque clavan la tapa de la caja de madera. Una vez dentro, sueltan puñados de tierra que golpean con estrépito el féretro. La terapia ha resultado tan eficaz que el propio gobierno surcoreano la incluye en sus programas de salud mental, y empresas como Samsung y Allianz disponen de sus propios centros para falsos funerales dirigidos a trabajadores con tendencias depresivas.

Ya digo que parte del problema es la memoria, tan sobrevalorada en esta era tecnológica. El periodista italiano Gabriele Romagnoli lo explica bien en un librito delicioso titulado Viajar ligero (Ed. Atico de los libros) cuando reivindica la memoria compasiva, la que permite recordar sin traumas. Se nos ha ido la pinza con la memoria por culpa de Apple, y antes IBM: cada vez más capacidad de almacenamiento en menos espacio, para que quepa más. ¿Por qué? ¿Para qué tanta información inútil? Como las camisas que no nos ponemos nunca pero ahí están, por si acaso un día de carnavales nos hicieran falta. La memoria humana debe ser limitada, como los armarios, por una cuestión de supervivencia. Si queremos movernos no podemos cargar con todo. Para el poeta Kahlil Gibran, “el olvido es una forma de libertad”.

Ni los héroes de la infancia resistirían el escrutinio con una lente de aumento sobre cada instante de sus vidas. Por eso el olvido permite avanzar.

La serie Black Mirror nos cuenta en uno de sus perturbadores episodios la tortura de un personaje que puede rebobinar cada instante de su existencia, una y otra vez, con total precisión. A través de un chip instalado en el cerebro reproduce cada escena, cada conversación. Esa profusión de detalles nos volvería locos de inmediato, porque nada sería cómo creíamos recordar. Todo nuestro andamiaje emocional se vendría abajo. Ni los héroes de la infancia resistirían el escrutinio con una lente de aumento sobre cada instante de sus vidas. Por eso el olvido permite avanzar. Cuando pienso en la persona que más dolor me ha causado la primera imagen que me viene a la cabeza es un abrigo maravilloso de cachemir color hueso, su sonrisa esperándome en un aeropuerto, y un abrazo que compensaba con creces las ausencias. La memoria no selectiva nos encierra en vida en uno de esos ataúdes coreanos.

Esta obviedad se tambalea cuando los manipuladores trastean con ese invento de la memoria colectiva. Lo escribió bien Milan Kundera en El libro de la risa y el olvido, cuando advertía de los hombres que “quieren ser dueños del futuro solo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar en el laboratorio en el que se retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia”. Ahora le ha tocado a los huesos y la memoria de Machado, al que nadie ha preguntado últimamente cómo se encuentra allí, en su tumba de Colliure, si anda con ganas de viaje o prefiere descansar para siempre, que es lo habitual cuando uno muere. Y más cuando su tumba lejos de la cuna simboliza un exilio que jamás debió producirse. A mi me parece que los que dedican tanta energía a remover huesos ilustres y cambiar un pasado que no es suyo deberían descansar por un día y probar los servicios completos de Korea Life Consulting, y acabar escuchando el martillo que aplasta los clavos sobre ellos, y la tierra sepultándolos. Quince minutos enterrados serían suficientes para entender el significado profundo de la expresión “descanse en paz”.

 

Actualizado: 14 de marzo de 2022 none

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