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Sánchez: un peligro

Probablemente todos hayan visto las declaraciones del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al anunciar la convocatoria de elecciones generales. Yo, que no soy nada aficionado a 'tragarme' estas intervenciones, tuve ocasión de escuchar la explicación dada en Moncloa, que tuvo una insufrible duración de casi una hora.

Ustedes verán, a estas alturas de mi vida, aunque aún no soy muy viejo, he visto y he convivido con mucha gente, con diferentes habilidades y capacidades, muchas de ellas sorprendentes. Siempre me llamaron la atención aquellos que con una persona muestran una faceta de sus vidas y con otras otra diferente, como si fueran compartimentos estancos. A mí me resulta imposible comportame así, por lo que, en cierta forma, me resulta curioso, interesante y hasta admirable. El presidente Sánchez, a su manera, entra dentro de las personalidades que me sorprenden e impactan profundamente. No exactamente porque diga una cosa a unos y otra diferente a otros, sino porque dice una cosa a todos en un momento determinado y otra, absolutamente diferente, también a todos, minutos después. Y lo hace con el mismo gesto de convicción que tendría quien haya llegado a esa idea después de años de reflexión. Es un don. Es una habilidad. La vicepresidenta Calvo lo ha explicado con su ingenua genialidad diciendo que una cosa era Pedro y otra el presidente Pedro. Se trasmuta, impertérrito.

En esa rueda de prensa de Moncloa se presentó a sí mismo como el presidente de un gobierno prudente, equilibrado, estrictamente apegado a la Constitución, responsable con el futuro de los ciudadanos, rodeado de una pandilla de fanáticos, la oposición, que le ha obligado a convocar elecciones, muy a su pesar. Un auténtico estadista moderado y reflexivo que parece tener en la mente sólo a los votantes.

A mi modo de ver, Sánchez merece admiración porque ese discurso después de los ocho meses que lleva en el gobierno, en los que ha sido evidente que su único norte es su supervivencia en el poder, exige unas capacidades, unas virtudes, que no todos tienen. Es como el vendedor de una tienda de camas que persuade al cliente de la fortaleza de su producto media hora después de que él mismo haya reconstruido con sus manos lo que se desmoronaba. Decir que su norte ha sido la unidad del país, cuando sólo ha dado poder a los que quieren destruirlo; o afirmar que sus presupuestos son solidarios cuando son absolutamente irresponsables y propios de un demagogo hipersimplista, demuestra una habilidad que, no por dañina para el país, es menos admirable. No todos valen para esto. Justo es reconocerlo.

Algo explica la tremenda animaversión que este hombre genera entre sus rivales políticos y, también, dentro de su casa socialista, no sólo en Andalucía sino entre los históricos, conmocionados con la capacidad de este hombre para transformarse. En todas las actividades humanas hay impresentables, pero de alguna manera nuestra política debería contar con mecanismos para impedir que esta gente llegue a lugares clave, en los que pueden constituir un peligro.

 

Actualizado: 14 de marzo de 2022 ,

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