Han pasado sesenta años desde el primer vaticinio del final de las ideologías. El sociólogo americano Daniel Bell firmó aquella necrológica en su libro más conocido, dando por finiquitada la dialéctica de la historia y proclamando el advenimiento del pensamiento único. Bell pertenecía a un grupo de escritores de la izquierda ilustrada que batallaron contra el totalitarismo comunista. Era un intelectual decente que no comulgaba con las ruedas de molino que imponía el marxismo-leninismo, y que abogaba desde la izquierda por una implantación universal de la democracia. Escribir esto puede sonar redundante, pero entonces no lo era. Por increíble que parezca hoy, la dictadura del proletariado aún provocaba simpatías durante los años setenta en la izquierda caviar de Francia e Italia. Luego en los noventa llegó Fukuyama, más famoso que Bell, y remató la faena: la historia humana como lucha entre ideologías ha concluido. El colapso económico y social de los regímenes de izquierdas demostraba que la única opción viable era el liberalismo democrático. Por entonces Fukuyama no debía escuchar demasiado la música de Queen, que un año antes había lanzado una de sus canciones icónicas: The show must go on.
Lo mío siempre es bueno, o mejor; lo del otro siempre es malo, o peor.
Sin ideologías el espectáculo se acaba, y además fuera de ellas hace mucho frío. Es duro vivir sin ideología porque te deja a la intemperie, desnudo frente a una realidad plagada de problemas que de otro modo habría que resolver. Revel lo explicó muy bien en El conocimiento inútil: la ideología es una triple dispensa, intelectual, práctica y moral. Gracias a la primera podemos descartar los hechos que no se ajusten a nuestra tesis, quedarnos con los favorables, e incluso inventarnos los que sean necesarios para no quedar en ridículo con nuestro discurso. La dispensa práctica elimina el criterio de la eficacia, y por tanto suprime de raíz el concepto de fracaso. Por último, la dispensa moral libera a los actores ideológicos de someterse al juicio que afecta a cualquier otro ser humano: lo mío siempre es bueno, o mejor; lo del otro siempre es malo, o peor.
Una parte de la izquierda leyó mal a Bell, y más tarde a Fukuyama, porque entendían que les llamaban fracasados. En cierto modo no era así, pero sintieron la necesidad de construir un discurso nuevo que hiciera olvidar a Stalin y Mao, sus referentes más visibles en el poder durante tres cuartas partes del siglo XX. Los valores progresistas deben ser los de una gran familia, generosa y responsable, preocupada por todos sus miembros y basada en la libertad: el estado benefactor. Lakoff, uno de los popes de esa nueva izquierda del siglo XXI, dice que “no hay realización personal sin libertad, ni libertad sin oportunidades, ni oportunidades sin prosperidad”. Después de este avance liberal, ¿cómo podría quedar algún ser humano de derechas sobre la faz de la tierra?
Tres mascotas por casa, a la cama sin cenar por San Valentín, y mañana te explico a qué edad debes enseñar a tu hijo a masturbarse.
Ya digo que esto son todo ideologías, que para estar agonizando desde hace sesenta años muestran una mala salud de hierro. Hemos aprendido a convivir con esos moribundos, y como están malitos les aplicamos la triple dispensa de Ravel, intelectual, práctica y moral. Pero esa actitud compasiva no nos impide exigir a los enfermos que se cuiden un poco, que se traten la obesidad mórbida, que adelgacen para no aplastarnos y que en lo posible nos dejen vivir, igual que nosotros les dejamos seguir a ellos con su espectáculo. Cuando la izquierda llega al poder el discurso de Lakoff sobre la libertad va por un lado, y las leyes, reglamentos y ordenanzas municipales se independizan y van por otro: tres mascotas por casa, a la cama sin cenar por San Valentín, y mañana te explico a qué edad debes enseñar a tu hijo a masturbarse.
El buenismo de Rousseau -el hombre es bueno por naturaleza- sucumbe de golpe en cuanto tienen a mano un boletín oficial. La teoría del padre protector y comprensivo que da libertad a sus hijos para que se realicen -frente al padre estricto y desconfiado que representa la derecha- se viene abajo cuando empiezan a legislar. El pensamiento práctico de la izquierda en el gobierno es el siguiente: puede que la gente sea buena, pero es tonta. Afortunadamente nos tienen a nosotros para decirles cómo deben educar a sus hijos, cómo enamorarse o cuántos animales pueden tener en casa. La gente hace bromas con que lo siguiente será el número de coitos semanales -o mensuales, para dar un poco de margen al principio- pero la vicepresidenta Calvo ya abogó por el consentimiento expreso antes de cada relación sexual. Algo tan sencillo de comprobar como el número de chihuahuas por vivienda.