Sea cual sea el resultado de las inminentes elecciones autonómicas del próximo 21 de diciembre, la realidad seguirá empeñada en mostrarnos a una sociedad dividida y, ahí está lo más terrible, enfrentada sobre su propio futuro. Aquellos de ustedes que prefieren seguir bajo el manto de la Constitución española de 1978, así como los que desean convertirse en una república catalana independiente de España, deberán seguir viviendo juntos. Les guste o no.
La grandeza de las democracias –también, pese a sus limitaciones, de la española– es reflejar a través de la soberanía popular, expresada en las votaciones de los comicios, la opción de entre todas las que se presentan que mayoritariamente desea el grupo más numeroso de la población. Esas mayorías son en ocasiones clarísimas. En otras, muy limitadas. Y en algunos momentos ni siquiera hay una verdadera distancia entre los votos conseguidos por una opción frente a los recaudados por la otra. Se produce lo que, popularmente y en el argot deportivo, se llama un empate.
Las elecciones democráticas marcan el devenir de la sociedad. Los votos señalan el trayecto que los políticos deben recorrer en múltiples disyuntivas. De la economía a los impuestos, de la salud a la educación, de los transportes a las infraestructuras… Todos estos sectores son, evidentemente, de primordial importancia. Pero en excepcionales ocasiones la señalada disyuntiva no tan solo es importante, sino también vital, trascendental, fundamental y esencial. Y ustedes, señores y señoras ciudadanos de Catalunya, están ahora frente a esta dicotomía.
Deberán votar, como siempre, a partidos políticos. Y cada uno de ellos, además de su programa electoral, representará una opción política que se inclina hacia seguir en España o independizarse y fundar la República de Catalunya. Todo lo demás en estas elecciones es atrezo teatral.
Por tanto, su voto es importantísimo. Opinen ustedes lo que opinen, vayan a votar, declaren cuál es su opción y conformen, conjuntamente con el resto de los habitantes de Catalunya, la expresión legítima y legal de la soberanía popular.
Todo esto será así hasta el jueves día 21 de diciembre. El viernes 22, a la mañana siguiente, se incorporarán ustedes a sus puestos de trabajo, a los colegios e institutos, a los centros sanitarios y culturales, y a miles de facetas propias del devenir cotidiano de la población. Y a partir de ahí deberán ustedes convivir con los que han votado algo diametralmente distinto a lo que habrán hecho ustedes. Quizás ganen las elecciones los que quieren ser catalanes independientes de España. Quizás ganen los que quieren ser catalanes españoles. O quizás ni los unos ni los otros consigan una diferencia sustancial sobre la otra opción.
La trascendencia de esta elección nos lleva, pues, a que ni los unos ni los otros podrán gobernar sin atender primordialmente a aquellos que no han ganado las elecciones. Estos sí van a ser unos comicios en los que ganadores y vencedores van a ir de la mano en un mismo trayecto. Es imposible creer que una opción, pese a ganar las elecciones, vaya a imponer sus criterios sobre la contraria.
¿Se podrá gobernar Catalunya desde premisas de permanencia en la España democrática sin atender al sentimiento independentista de parte de la población? ¿Se podrá optar por la separación de España sin atender a los legítimos requerimientos de los que quieren seguir bajo el amparo de la Constitución de 1978?
Señores ciudadanos y ciudadanas de Catalunya: están ustedes unidos los unos a los otros por lazos imposibles de cortar. Ninguno de ustedes puede obviar que junto a él –en el trabajo, en la barriada, en el club deportivo– hay una persona que ha votado diferente. Pero ni uno ni otro dejará su casa, su comunidad, su vida por haber perdido las elecciones. Seguirán ustedes los unos junto a los otros. Sean conscientes de que deberán convivir. No rompan los tenues puentes que aún les unen. Les va a ustedes mucho en ello. Y también a todo el resto de los españoles. Voten y después convivan.