Con el dinero que se ahorraba al no aportar al resto, Son Vida prosperó. De este modo pudo dedicar más dinero a sus servicios públicos que el resto de Palma. Concretamente más del doble: dedicaba un 34% más en educación, un 20% más en sanidad, y un 40% más en dependencia. De hecho podía permitirse bajar impuestos: ahora los vecinos de Son Vida no sólo recibían mejores servicios públicos, sino que pagaban menos por ellos. Además, al bajar los tributos, Son Vida atraía empresas de otros barrios.
Curiosamente la gran mayoría de los partidos del resto de Palma apoyaban esta situación. Los viejos lo hacían desde siempre porque necesitaban los votos de los concejales de Son Vida, y había un pacto no escrito entre ellos para no denunciar la cuestión. Pero alguno de los nuevos partidos se apuntó con entusiasmo al enjuague. Desde luego era tanto más llamativo en los de izquierda, viejos y nuevos, pues para ellos la igualdad era lo más importante o al menos eso ero lo que decían.
Gracias a este apaño ancestral los concejales de Son Vida negociaban nuevas cosas. Por ejemplo que las infraestructuras, que en teoría tenían que pagar ellos con sus impuestos, se las pagaran los barrios del resto de Palma. Y, claro, el cupo fue negociándose a la baja. Ahora la cantidad era tan ridícula que salía a devolver: el resto de Palma tenía que prestar a Son Vida los servicios de agua y electricidad, y encima pagarle por ello. Insistamos ¿les parecía bien todo esto a los partidos de izquierda? Les parecía estupendamente. Mientras tanto el único partido que se opuso a esta situación fue unánimemente criticado por el resto y tildado de oportunista. Qué absurdo todo. Menos mal que es una ficción.