Nada está ya prohibido. Nada está fuera de su alcance, Nada les es privado. Imágenes, conexiones y todo tipo de contactos ahora mismo y desde cualquier punto del planeta son posibles gracias a un sencillo gesto, a un clik.
Además de información, música, cultura, historias y arte, también conversaciones, intercambios y relaciones antaño imposibles para nosotros mismos ahora están al alcance de nuestros propios hijos e hijas.
El desarrollo tecnológico y social les ha aportado la impagable oportunidad de conocer muchas de aquellas cosas que estuvieron vedadas a nosotros, la generación anterior al ‘boom’ de la era digital.
La ventana abierta de par en par ha servido, por un lado para empatizar con el resto del mundo, con aquello que les es ajeno, distante y distinto, con otras realidades sociedades, con otras culturas y pueblos. Pero esa magnífica ventana digital también está abierta para elementos no tan positivos, sino incluso perniciosos. Coacciones y amenazas, engaños y estafas, consumos tóxicos, falsedades y mentiras entran a borbotones a través de móviles, tabletas y ordenadores.
¿Dejarían a sus hijos acudir a locales de prostitución en los que se trafica con el cuerpo de mujeres a cambio de dinero? ¿Permitirían a sus hijos desplazarse hasta Son Banya a comprar cocaína? ¿Consideran apropiado que sus hijos consuman libremente bebidas alcohólicas? Entonces, ¿por qué no se interesan en conocer qué es lo que ven, escuchan y dicen sus hijos a través de Internet y las redes sociales?
Supervisar el uso que hacen los menores de las nuevas formas de comunicación no significa estar leyendo compulsivamente sus mensajes de WhatsApp, escrutando el historial de las visitas de Internet o la lista de contactos en Instagram, Twitter o Facebook. Significa ser responsables de aquello a lo que nos auto comprometemos en el momento de dar el paso adelante de ser padres y madres: la educación de nuestros hijos e hijas.
En el actual ámbito social de continuas informaciones sobre reales y verdaderos abusos sexuales entre menores, violencias xenófobas, desprecios a las mujeres y hipersexualización de la realidad a través de la publicidad, la moda y la publicidad, estar activamente vigilante acerca de las actividades que nuestros hijos e hijas desarrollan en Internet y las redes sociales no es una intromisión sino una obligación moral y una salvaguarda de futuro.
Eludir la responsabilidad que tenemos como padres no es el camino para evitar males futuros. Vigilar es nuestra responsabilidad. No hacerlo es cobardía y desprecio para con aquellos a los que estamos ética y moralmente obligados a defender.