Barro, destrucción y muerte. La Comunidad Valenciana hoy, un día después de la Dana, lucha para intentar sobreponerse a la tragedia.
Miles de coches destruidos bloquean las carreteras de acceso a la ciudad de Valencia y todas las vías de comunicación que salen desde allí hacia el sur de la Península. Los trenes no circularán hasta dentro de, al menos, quince días y el aeropuerto de Manises está desconectado de la ciudad y de todo su alrededor.
Miles de personas siguen sin agua potable. Beben de las botellas que tenían guardadas en casa y no se lavan por miedo a contaminarse. De hecho, la red de cañerías ha sido arrancada de cuajo y se está mezclando con la suciedad y las cloacas.
Empresas, comercios y negocios ya no existen. En los polígonos, no se puede entrar y las naves están inundadas. Los almacenes son depósitos de barro y todo se ha perdido. La actividad económica ha sido destruida. Los trabajadores no pueden acceder a sus puestos y, si lo pudieran hacer, no encontrarían más que podredumbre y destrucción.
La recuperación será larga y, quizás, muchas cosas ya no serán como lo eran antes.
Militares, guardias civiles, policías nacionales y locales, bomberos, agentes forestales, profesionales sanitarios y voluntarios de protección civil llevan ya más de 24 horas con las botas en el agua. Rescatan a los supervivientes que han pasado la noche a oscuras y encaramados en los techos de sus casas, rezando para que no regresara la lluvia.
Pero la ciudadanía valenciana no se rinde. Como en tragedias anteriores, la movilización popular ha sido inmediata e intensa. Miles de personas han dejado las zonas seguras y se han dirigido, con cubos y palas, a quitar el barro que ensombrece a los más perjudicados. Se llevan su bebida y su comida ya que las tiendas y los supermercados han sido arrasados.
Se teme, además, que al no haberse recuperado el sistema eléctrico, muchas toneladas de alimentos se pudran en las neveras. Un problema añadido a los muchos que ya se padecen en el Levante español.
Hoy, el barro lo cubre todo. Hoy, han desaparecido calles enteras y los enormes charcos, casi lagos, cubren miles de metros cuadrados. Hoy, Valencia se ha levantado dispuesta a renacer, pero la labor será muy larga y muy dura. La ayuda y el apoyo de todos serán imprescindibles, como en Sant Llorenç des Cardassar.