Si me fuera permitido recomendar alguna lectura para este verano al sufrido ciudadano, sin duda alguna pensaría ahora en el drama Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen. Al criticar la ‘extraordinaria insensatez’ que habían cometido los gobernantes en la construcción del famoso balneario, el médico Stockmann realiza la siguiente valoración: “No he podido soportarlos nunca; he tenido en mi vida bastantes ocasiones de conocer a esta casta; son como cabras a las que se les deja invadir un jardín recién plantado; lo destrozan todo; donde quiera que atisban un hombre libre se cruzan en su camino; y lo mejor sería que pudiésemos exterminarlos como a insectos dañinos”. Severo juicio que podría suscribir –con carácter general- cualquier español de a pie respecto de la actual casta política, que padecemos.
En este mismo marco de valoración, recuerdo también la reflexión de un intelectual –Arturo Pérez Reverte-, que vive permanentemente en los aledaños de la incorrección. Dice así: “¡Qué pereza me dan! Una cosa debe quedar clara: el político sale de nosotros, no es un marciano; son como nosotros, son de los nuestros, de nuestras familias. Nosotros somos tan culpables como todos ellos de lo que está ocurriendo. Los políticos son parásitos de nuestra basura, de la que todos nosotros generamos”. Sin duda alguna.
Por ello es tan importante que entendamos la situación actual –política, social, económica y hasta religiosa- a partir de nuestra personal complicidad, hecha muchas veces de silencio interesado y cobarde.
En la relación de complicidades con la corrupción no podemos olvidar a los medios de comunicación y a las redes sociales. Todos ellos -hablando en general- se sitúan a la sombra de la solana que más calienta. Esto es, suelen servir a una clase política concreta e informan y valoran en función de su ideología. No debemos ser ingenuos. Todo el mundo sirve a algún señor. También los medios de supuesta inspiración religiosa. La independencia e imparcialidad no se supone.
Hay que demostrarla a diario. Tampoco se sirve a la lucha por erradicar el problema cuando, de modo parcial, se ofrece como imagen de la corrupción caras representativas de un único partido político, el que sea. La corrupción, por desgracia (digan lo que digan algunos medios, algunos líderes políticos y hasta religiosos), no es exclusiva de una única fuerza política. ¡Mal servicio se presta con ello!
Personalmente pienso que la crisis actual a la que se enfrenta nuestra sociedad es, ante todo y sobre todo, de índole ética. Como sociedad, llevamos viviendo mucho tiempo sin profesar ni practicar credo alguno ético y sin advertir que eso no se hace impunemente. Nos ha llegado el momento de tener que pagar la factura. Estamos –ahora mismo- maniatados, en todos los ámbitos, por los requerimientos ineludibles, que inconscientemente fuimos tejiendo. ¿Por qué nos resistimos tanto a admitir nuestra irresponsable complicidad?
Un mínimo de seriedad en la lucha frente a esta lacra pasa por preguntarse sobre la propia actitud. ¡Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra! ¿Quién no ha aceptado favores de algún político? ¿Quién no debe su cargo al apoyo, directo o indirecto, de algún partido político? ¿Quién no ha ganado una plaza al margen de su competencia profesional? ¿Quién no ha recibido un trato privilegiado, por ejemplo, en materia urbanística, por que ha pagado el óbolo respectivo al partido de turno? ¿Quién se indigna por las presiones (verdadera segregación) que reciben quienes luchan frente a la corrección política, que distingue entre buenos o malos ciudadanos en función de su supuesta adscripción política? ¿Quién…? Y así podríamos seguir haciéndonos las preguntas que todos sabemos e imaginamos.
¡Qué curioso! Se alaba la supuesta actitud ética de quienes denuncian a toro pasado las corrupciones de sus superiores políticos. Eso sí, garantizándose la propia impunidad. ¡Vaya calidad ética! En el fondo alabamos lo que facilita la venganza del político de turno, ya caído de su pedestal. No subrayamos, por el contrario, que esa supuesta y alabada actitud ética está viciada en su raíz misma porque busca, al mismo tiempo, la propia exoneración de quien también participó y se benefició de la corrupción. Esto no se calidad ética. La practique quien la practique.
Para alabar semejantes conductas (cuidado con el uso de criterios religiosos al respecto), el ahora denunciante debió saber decir no en su momento e irse a su casa. Plantar cara a su superior, no cooperar en algo moralmente reprobable (corrupción), no seguir aprovechándose de las ventajas que le ofrecía el cargo político. Lo contrario, es también reprobable y no merece alabanza ética de ningún tipo.
A pesar de tan tenebroso panorama, lo verdaderamente grave radicaría en que, una vez más, no sepamos aprender la lección, no sepamos extraer la sabiduría que se nos ofrece. Sólo saldremos airosos si entendemos que tenemos delante una gran oportunidad. Pero –eso sí- la respuesta, individual y social, siempre se ha de mover en el contexto ético, esto es, en el marco del esfuerzo interior y personal, en el marco del compromiso total con un mínimo de convicciones personales, en el marco del esfuerzo responsable y solidario, en el marco del abandono de la sombra errante de Caín.
Con la que está cayendo y con el pensamiento puesto en un futuro que merezca la pena, confieso que no me interesa absolutamente nada lo que me digan quienes nos han metido en este lío con la mentira como bandera.
Hemos presenciado y aguantado cómo toda la clase política (también la que llaman nueva) sigue casada con la mentira y el engaño. Tampoco me interesa nada la posición blandengue, sin compromiso, ambigua, que busca no molestar y siempre claudica en las ideas. Y esto para mí es así, aunque diga lo contrario cualquier comisión parlamentaria de investigación. Y es así, no porque la formación investigada esté libre de pecado, sino porque se investiga selectivamente.
Esto es, no se persigue, en realidad, la corrupción sino que se busca un rédito político en base la supuesta o verdadera corrupción del otro. El problema, a estas alturas, no debería centrase en la corrupción política –innegable- sino en formular medidas eficaces, con la colaboración de todos, para evitarla en el futuro. Poco, muy poco he oído a este respecto. ¿Por qué, entonces, hemos de creernos las interesadas condenas del adversario político?
¡Qué curioso! Hacen falta políticos que no mientan, que digan lo que piensan y quieren hacer –y lo hagan-, que sean humildes y servidores, que tengan ideales más allá del lucro propio, que no creen más problemas de los existentes. ¿Por qué no valoras, como es debido, el panorama actual que tan poco tiene que ver con ese ideal? No lo dudes. Eres cómplice.
¡Difícil empeño! El estado de cosas que padecemos, me obliga a proclamar una incorrección política y social que tomo del gran George Steiner. Dice así: “Los hombres son cómplices de cuanto les deja indiferentes”.