En el anterior panorama general, destaca el intento, contrario a la legalidad vigente, de forzar la ruptura de Cataluña con el resto de España. La suerte está echada. Ha llegado, por fin, lo que tenía que llegar, aunque muchos nunca lo creyeron. Y, ha llegado, cargado con las consecuencias consustanciales, que acompañan a este tipo de procesos de ruptura. Una muy concreta y terrible: la fractura social en todos sus ámbitos, incluso el religioso. Fractura que, sin duda, puede ir incrementándose con el tiempo y cuya solución futura será muy compleja. ¿Cómo se ha podido llegar a tal estado de cosas? ¿Cómo hemos sido tan insensatos que lo hemos propiciado?
La respuesta es muy sencilla: Los impulsores de la secesión, arrogándose la representación de todo un pueblo, que no tenían, han persistido en el error, en el odio, en la intolerancia, en el adoctrinamiento, en la manipulación, en la desinformación, en el desprecio y en la aniquilación del otro, en la repulsión a todo lo español. Han hecho de todo, menos gobernar y gestionar en interés del pueblo catalán. Han gastado dinero a espuertas en el proceso. Han debilitado la atención a servicios indispensables para el ciudadano. Han controlado los medios de comunicación y han instrumentalizado cuanto han tocado, que ha sido mucho. Han violado derechos fundamentales. Cómplices muy valiosos han sido ciertos medios de comunicación y creadores de opinión, que, a veces, los han jaleado, y, otras, han justificado sus posiciones desde la más cobarde ambigüedad. Cómplices han sido el resto de fuerzas políticas -aunque en diverso grado-, que siguen sin querer enterarse del órdago lanzado, que son incapaces de una medida eficaz para paralizar el proceso de ruptura, que no saben qué hacer ni cómo enfrentar el problema. Ni ahora ni en el futuro. ¡Vaya espectáculo! ¡Vaya irresponsabilidad! Ya sé que estas valoraciones molestan a muchos.
Pero, es la realidad que tenemos ante nosotros y que padecemos a diario ¡Qué cada cual se mire a sí mismo y vea qué parte de complicidad tiene en ello!
No puedo, en este relato de complicidades, ignorar la posición de la Iglesia católica en Cataluña. ¡Vaya papelón ha representado! Su Jerarquía episcopal y una parte del clero (incluido el Abad de Monserrat) han escenificado su hipócrita proceder, su equidistancia calculada y su retórica ambigüedad. Todo ello poco evangélico y, en definitiva, en apoyo al proceso de ruptura, que no han tenido el coraje de explicitar (salvo excepciones) pero que, a la postre, ha sido real y efectivo. ¿Qué decir del protagonismo en el proceso del Cardenal Sistach? ¡Increíble! ¿Cómo es posible -nos preguntamos muchos creyentes- que la exclusión practicada en Cataluña no haya merecido la más mínima reprobación de sus obispos? ¿Cómo es posible que sigan tragando con el adoctrinamiento que se practica en los centros educativos? ¿Cómo es posible que no hayan detectado la crisis moral que afecta a la sociedad catalana y ofrecido alguna orientación para paliarla? ¿No les preocupa la falta de unidad y cohesión de la ciudadanía, indispensables para afrontar cualquier proceso de ruptura?
¡Extraño modo, sin duda, de entender su función pastoral y evangelizadora!
Parece que la Santa sede, no obstante las presiones recibidas, ha enviado suficientes mensajes a buen entendedor (Card Omella, sus obispos auxiliares, Mons Taltavull a Mallorca). Y, sobre todo, ante este órdago a la grande, la Santa Sede ha hablado con claridad: la independencia de Cataluña “es una decisión del conjunto de los españoles” (Card Parolín, Secretario de Estado). ¿Por qué, señores obispos de la Iglesia en Cataluña, no tienen el coraje de extraer el mensaje que contienen las anteriores palabras y valorar lo que está ocurriendo? ¡La historia se lo demanda!