¿Pacto educativo? No nos hagamos ilusiones. Mucho me temo que no lo habrá. De momento, ya hemos cometido el error (con la complicidad de todos) de desmontar el mínimo de la cultura del esfuerzo, que apenas habíamos recuperado. El Gobierno minoritario del PP ha escenificado su triste rendición y lo ha hecho sin inmutarse. Se han casado con el error. Ya sé que tan prioritario objetivo nacional reclama acuerdos, consenso y diálogo. Pero, ello debería ser posible sin necesidad de condenar a nuestros jóvenes a recibir una formación futura manifiestamente deficiente e impropia para afrontar los retos que, con toda seguridad, se encontrarán por el camino de su vida. ¿Tan difícil es para las fuerzas políticas entender que la cultura del esfuerzo constituye una indispensable exigencia para una mínima eficacia de cualquier sistema educativo? ¿No será que no lo entienden porque la inmensa mayoría –hablando en general- no la ha practicado nunca y no sabe de qué va la cosa?
El mundo que vivimos, presente y futuro, se define, entre otras cosas, por su competitividad. Nuestros políticos, sin embargo, hacen muy poco para preparar a las futuras generaciones ante ese reto. Otros países nos dan sopas con honda a la hora de mejorar en responsabilidad y trabajo, en esfuerzo y sacrificio, en crear hábitos de lectura y comprensión, en aprendizaje de idiomas, etcétera. Aquí nos conformamos con cualquier cosa (dejar pasar al Bachiller a los alumnos que no han alcanzado ni tan siquiera el pírrico cinco). ¡Total, qué más da! Para andar por casa, nos basta y sobra. En vez de buscar la excelencia, nos abrazamos a la mediocridad. ¡Magnífico!
La sociedad (sobre todo, los padres) ya debería haber interiorizado que el problema viene de muy lejos y ya huele muy mal. También debería haber identificado sus verdaderas causas. ¿Por qué no obra en consecuencia?
¿Por qué todo sigue ocurriendo con su cómplice silencio? Nadie se organiza ni se atreve a dar un paso al frente. ¿No será que, en el fondo, no les desagrada lo que está ocurriendo en materia educativa? ¿No será que piensan en un mundo al revés? No lo sé. Pero, para mí, aparecen como negados educadores de sus propios hijos.
Al mismo tiempo, los corifeos de la izquierda política y cultural (tan presentes y activos en los medios de comunicación) y ciertos sectores del profesorado están -no faltaba más- en la agitación, en la división, en el adoctrinamiento. ¡De ahí no hay quien les mueva! Están, como siempre, en el tajo propio, única circunstancia capaz de activar su desidia. ¡Qué pena! Ni siquiera sus propios hijos les mueven a mirar más allá y, por tanto, son inhábiles para impulsar la verdadera revolución social y política.
Si las reflexiones precedentes las orientamos al panorama balear, todo cambia de tono. Aquí seguimos de mal en peor. Nadie dice nada que merezca la pena en materia educativa. Todo el mundo parece estar conforme con el desastre. Ni siquiera el PP (¿dónde estás Company?) es capaz, desde la oposición, de agitar las aguas.
A decir verdad, no me extraña que todos estos mal llamados progresistas ignoren la clásica formulación de Condorcet. Es sabido, desde entonces, que la enseñanza ha constituido el auténtico trampolín para la ‘aristocracia de la inteligencia’, única ‘aristocracia republicana’, que ha eliminado los viejos privilegios y ha sacado a los más humildes de su postración. ¿Acaso los ‘progresistas’ ignoran tan revolucionaria promoción social? Sin duda alguna.
Como dijo, en su día, Concepción Arenal, “la sociedad paga bien caro el abandono en que deja a sus hijos, como todos los padres que no educan a los suyos”. Una gran evidencia, que nos empeñamos en no querer ver porque nos acusa.