Como escritor —porque soy escritor, me dedico al periodismo para mal ganarme la vida, que lo de vender libros está muy jodido— me molesta el tener que dar explicaciones de lo que escribo y de cómo lo escribo. Ahí, como la mayoría de escritores, soy un cascarrabias. Las palabras, una vez escritas, ya no pertenecen al autor, pasan a ser propiedad de los lectores. Cada uno las interpretará a su manera y extraerá de ellas sus propias conclusiones. En la comunicación escrita no suele darse el retorno directo entre el emisor —el escritor— y el receptor —el lector—, por lo que la voluntad y el sentido original del primero se diluyen en función de cómo los segundos interpretan el mensaje. En estos casos la ironía es mala compañera de viaje y con frecuencia acaba siendo más una interferencia que un recurso estilístico. Así pues, no me queda más que apretarme un testículo y matizar algunas cosas.
Lo primero que debo aclarar es que yo y solo yo soy el responsable de las palabras de mis artículos, que son de opinión, nunca reportajes o noticias. A resultas del artículo de la semana pasada un amable lector ha escudriñado las entrañas de mi psiqué para concluir que soy escoria. Está bien, está en su derecho, para eso se ha tomado la molestia de leerme. Le presupongo unos conocimientos en psiquiatría de los que yo carezco, por lo que no osaré a discutir su diagnóstico, tal vez certero. Otro lector —con una educación y modales exquisitos propios de un caballero de los de antes— ha tenido a bien afear mis palabras, tanto en la forma como en el fondo. El pasado lunes por la tarde mantuvimos una larga charla telefónica. Argumentaba el lector que era injusto que yo metiera en el mismo saco a todos los vecinos de Corea y que para ello recurriera a una serie de groseros estereotipos generalistas. Se sentía el hombre agraviado y ofendido y se mostró realmente triste y dolido por mi artículo. Lamento, y así se lo dije, que pensara que pretendiera o incitara a repartir hostias con la mano abierta a los niños o a dinamitar los edificios de Corea. De verdad, no creí que nadie se lo fuera a tomar en su literalidad. Y me disculpé. Me disculpé no porque él no hubiera entendido la negra ironía que utilicé, sino porque tal vez fui yo el que me dejé llevar y —faltando al sacrosanto deber del escritor de hacerse entender— no hubiera sido capaz de expresar lo que quería decir sin ofender a nadie. De haber sido dicho lector un ganapán ignorante lo hubiera mandado a la mierda, pero me rindo ante la educación y los sentimientos honestos.
Sin ironía y con meridiana claridad para que todo el mundo me entienda: en Corea sobra la gentuza. No es permisible que un puñado de indeseables atemorice y tenga como rehenes a sus honrados vecinos. Es una situación que se ha prolongado demasiado tiempo y que rebasa el límite de lo soportable en una sociedad como la nuestra. Ya me gustaría que el consistorio pusiera el mismo empeño en solucionar el conflicto social que vive el Camp Redó que en demoler Sa Feixina, que eso no va cambiar la vida de los palmesanos. Y hago extensiva la crítica a los anteriores gobiernos municipales, que todos han tenido sus pájaras y han pasado del problema.
Y ya puestos a dar explicaciones… Supongo que creerán que soy un señorito estirado y clasista. No me las voy a dar de barriobajero porque, entre otras cosas, estudié en el Luís Vives —un colegio bastante bueno y pijo aunque, para bochorno de mis padres que intentaron darme una buena educación, me cultivó lo justo—. Eso sí, me crié en la barriada de El Molinar en unos años en los que los referentes de los críos eran Tony Manero y el Torete y Los Chichos eran el no va más. ¡Joder, si el primer concierto de mi vida fue del Fary! Por cierto, siento torrentiana veneración por el Fary. Tengo edad suficiente para recordar el nacimiento de la barriada del Polígono de Levante y la ilusión con la que algunos de mis vecinos compraron su pisito. Y he visto también como la zona se degradaba, y qué podría contar de Son Gotleu. Soy de un tiempo en el que no podías cruzar el chino de Palma sin acojonarte. He visto batallas campales en la Plaza del Quadrado, he hecho reportajes en Son Banya, ha presenciado el declive hasta la muerte de infortunados yonquis, he ido a buscar a su casa a camellos prófugos del ejército, he visto a las pobres putillas congelarse de frío en la esquina del viejo Can Joan de s’Aigo, he visto a tullidos sin piernas zambullirse en un contenedor de basura en busca de algo que llevarse a la boca, mataron de una paliza a uno de los chorizos de mi barrio… Soy un tipo afortunado, he podido llevar hasta ahora una vida bastante buena, lo reconozco. Pero que nadie me joda, he visto la mierda de la marginación a punta de pala. Y si no, ¿por qué coño llevo a mi hija al colegio san José de la Montaña que está en plena Corea? Vivo en Establiments y bien pusiera haber escolarizado a mi hija en otra escuela. Elegí el centro porque he visitado decenas de escuelas de Mallorca dando charlas a los niños de segundo de ESO y San José de la Montaña me gustó. Y no me preocupa que mi hija comparta aula con niños «coreanos», es más, creo que es bueno. Mi hija es una personita que está creciendo y debe conocer y tratar con personas de toda clase y estrato social para entender que el mundo es algo más que los peluches que tiene en su habitación, las barbacoas del fin de semana y los regalos de los abuelos. Por desgracia, esto no es Frozen, es la puta realidad.
Mi educado lector debe saber que preside el despacho de mi casa un bonito cuadro en el que a modo de collage se disponen algunos de los muchos recortes de prensa en los que me han puesto a caldo mis propios compañeros de profesión. Así que también sé lo que es que te pongan a parir. Me han dicho muchas cosas y en la mayoría de ocasiones malas.
Lamento que mis palabras hayan ofendido a quienes pretendo defender. Quiero que ahora no haya lugar a dudas: estoy con los ciudadanos, no con la chusma. Acepto el tirón de orejas. Eso sí, para la próxima espero escribir mejor o que los lectores sepan leer entre líneas porque me repatea apretarme un huevo cada vez que debo dar explicaciones.
A ver si lo consigo…