¡Ya era hora! Parece, por fin, que alguien con responsabilidad se ha atrevido a diagnosticar la evidencia: la división reinante y el contra testimonio, que llevaba consigo. ¡Todo un logro! Era, desde hace mucho tiempo atrás, un secreto a voces. Una realidad perfectamente perceptible para todo aquel (clérigo, religioso y laico) que quería verla. La ‘guerra sucia’ de la divisiones clericales lleva mucho tiempo paralizando y destruyendo a nuestra Iglesia en Mallorca. Sin embargo, nadie –ni siquiera los sucesivos Pastores- parecía darse por enterado.
Es más, han sido demasiados -sin cuestionar su buena fe- quienes han puesto sus mejores esfuerzos en alentar y consolidar posiciones que dividían y separaban, que infernaban y desvertebran a la sociedad civil y al Santo Pueblo fiel de Dios. ¡Una pena!
Creo, en efecto, que hay que mirar al futuro, como ha dicho Mons Taltavull. Pero, creo también, que, a tal efecto, es necesario disponer de la radiografía exacta de lo ocurrido y el protagonismo real de todos los intervinientes. Si no es así, no se ve cómo poder atajar la enfermedad que nos aqueja. En ese marco, creo que se facilitó, al servicio de intereses nada confesables, un tratamiento de lo ocurrido desde la más ambigua de las frivolidades y se ideó una estrategia diabólica que ocultaba –¡no faltaba más!- la causa real del acoso y derribo de Mons Salinas. Asistimos a una típica estrategia clerical, impregnada, por supuesto, de hipocresía.
Lo anterior no obsta para afirmar que Mons Salinas tuvo, por una parte, una "actuación ingenua y hasta imprudente", como ya dijimos en su día (http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2016/06/01/con-azucar-esta-peor-iglesia-religion-dios-jesus-papa-muller-salinas-mallorca.shtml).
Además de todo ello y de otras cosas que podrían ponerse sobre la mesa, fue víctima, por otra parte, de sus propias debilidades al no saber afrontar, con el rigor exigido, ciertas actitudes clericales que no pueden tener cabida en la comunidad de los creyentes en Cristo, las protagonice quien las protagonice. Lo cual evidenció, para muchos, sus limitaciones reales para el ejercicio del gobierno pastoral. Es más, creo que no supo detectar ni interpretar –ingenuidad manifiesta- el sentir y la actitud del clero, en general, ni de su entorno más próximo de gobierno (Curia y Cabildo), que poco o nada tenían que ver con ciertos silencios en los órganos representativos ni con supuestos apoyos y aquietamientos. Todo un cúmulo de despropósitos -vacilaciones vaticanas al margen-, que no han podido impedir lo irremediable: su salida de Mallorca, previa una menos dolorosa renuncia.
Con la mirada puesta en el futuro, me parece necesario –frente a tanto tópico al uso- subrayar que los graves problemas de la Iglesia en Mallorca no traen causa de la procedencia valenciana de los últimos Obispos, ni tan siquiera del asunto de Mons Salinas, que, como máximo, ha servido para evidenciar el efecto destructor de ciertas posiciones previas y muy anteriores, profundamente arraigadas en un amplio sector del clero. Es en esta realidad donde habría que profundizar y detectar con certeza su protagonismo, cierto y efectivo, en todo lo sucedido en torno a Mons Salinas. No le han perdonado el tratamiento otorgado al presunto abuso sexual del Prior de Lluc. Circunstancia que, en modo alguno, puede echarse a la papelera y seguir, como ingenuos, su juego.
Si así fuera, se cometería un muy grave error para el futuro.
Tampoco creo que pueda superarse el actual estado de cosas existente con un nuevo Pastor porque proceda del clero mallorquín. Todos sabemos que tales vientos soplan desde posiciones conocidas (catalanismo clerical).
Personalmente, no estoy seguro que sintonicen ni con el sentir general de toda la comunidad cristiana en Mallorca ni con la universalidad definidora de la Iglesia católica ni con la misión pastoral del Obispo.
Si, esto no se tiene claro, se seguirá dando palos de ciego, sea cual fuera la procedencia del próximo Pastor.
La Iglesia en Mallorca no presenta un cuadro muy diferente al de cualquier otra Iglesia en España. Se detectan en ella todos los síntomas derivados de una sociedad cada día más secularizada. La gente, en general, pasa de estas cosas y, en todo caso, tiende a condimentarse su propio menú. El clero, en ese marco, está bajo mínimos en número y preparación. El laicado, harto de ser ‘mandadero’ y postergado, sigue su personal rumbo. Abordar estas cuestiones no es tarea precisamente fácil.
Ni aquí ni en el resto de la Iglesia en Occidente.
Lo único específico que reclama, a mi entender, una atención prioritaria, es el posicionamiento catalanista de un sector importante del clero. ¡Aquí le duele y mucho! Posicionamiento que, sin lugar a dudas, separa y divide, enferma y destruye la comunidad misma de los creyentes. En la medida en que la acción de bastantes sacerdotes se muestre, de una u otra forma, como apoyo a una opción o decisión de partido, no lo estarán haciendo bien, se equivocarán y, a la postre, no habrán cumplido su misión evangélica. ¿Estaremos tolerando una cierta división en la misión salvadora de la Iglesia? Pregunta que está reclamando una respuesta de autoridad y que despeje de una vez las dudas y vacilaciones que se detectan al respecto.
Todo esta problemática -cuyas perspectivas son infinitas- sí que es
una realidad y una dimensión que merece la pena repensar, probablemente matizar, reorientar, sanear y, en algunos aspectos, atajar sin contemplaciones ni vacilaciones. La misión de la Iglesia, como ha recordado Mons Taltavull, ‘no es ideológica’ políticamente, debiendo centrar su función en reconciliar al entero pueblo de Dios (misericordia).
Para terminar estas reflexiones, podemos repetir el grito del papa
Francisco: “Yo les pido que hagan todo lo posible para no destruir a la Iglesia con las divisiones”. ¡Quién tenga oídos, que oiga!