Con el aumento sin parar de los precios de todos los alimentos, de media, las familias españolas han perdido el 5 por ciento de su poder adquisitivo, informa el Banco de España. Y sin sumar, además, las afectaciones negativas en las economías domésticas provocadas por los combustibles, las hipotecas, los alquileres, la ropa y otros productos básicos y de consumo imprescindible.
Hace solo cuatro años, un litro de aceite de oliva virgen extra costaba 3 euros el litro. Ahora está sobre los 9 euros, y algunas marcas ‘premium’ alcanzan los 13 euros el litro. Asimismo, el precio de la misma botella de la misma marca puede fluctuar, de un comercio a otro, en hasta un 45 por ciento de diferencia.
Y otro dato objetivo: según el Instituto Nacional de Estadística, solo en agosto el aceite de oliva se ha encarecido en un 52 por ciento, la mayor subida interanual de un alimento registrada en los últimos 21 años. Es decir, desde la implantación del euro.
El aceite, denominado popularmente como el oro líquido, nunca había sido tan de oro. Y la escalada extraordinaria de su precio no es solo por la guerra de Ucrania. Las subidas ya habían comenzado antes del primer bombardeo ruso sobre Kiev. La primera causa de su encarecimiento es la reducción de la producción por la sequía y el aumento de la demanda internacional.
Una falta de agua que perjudica especialmente a los olivares andaluces, que no son de regadío. Y es que el año 2022 -el de la cosecha que consumimos ahora- fue el más caluroso de la historia de España desde que hay registros de la Agencia Estatal de Meteorología y las lluvias en Jaén -principal zona productora- estuvieron un 17 por ciento por debajo de la media de los últimos 30 años.
Pero eso no es todo. Los fertilizantes también se han encarecido de rebote ya que, para fabricarlos, se utiliza gas natural. Un combustible que también ha visto sus precios multiplicados tras el cierre de los gaseoductos rusos.
Por si todo esto no fuera poco, la última causa de la explosión de los precios del aceite es el llamado “efecto papel de wáter”, llamado así por el acaparamiento que se produjo de este producto en el arranque del confinamiento por la Covid.
Las sucesivas subidas han provocado la compra masiva de aceite por los consumidores, lo que ha disparado la demanda frente a una oferta limitada por la escasez de la cosecha. Una coyuntura que ha sido aprovechado por los intermediarios, sin beneficio ninguno para los productores ni, tampoco, para los distribuidores. El Observatorio de Precios del Ministerio de Agricultura señala que el aceite de oliva en origen se paga ahora a 8’18 euros el litro, mientras que se vende a 9’14 euros, una diferencia del 13 por ciento que se queda alguien por el camino desde el campo a los lineales de los supermercados.
Más allá del aceite de oliva, que no se atisba que baje de precio, la realidad es que, según el Banco de España, las familias españolas gastan ahora, de media, 6.018 euros más al año en alimentarse… y rebajando la calidad de los productos de la cesta de la compra, apostando por las marcas blancas y sin llevarse a casa carnes como la de ternera, ni pescado fresco, ni frutas fuera de temporada, ni productos de higiene personal no imprescindibles.
Y todo ello en medio de otra contradicción: España, el país del mundo que produce más aceite de oliva, lo vende en sus supermercados más caro que en Italia, Francia o Portugal. Y, también, que en Gran Bretaña, Irlanda y el norte de Europa, zonas donde su demanda es muy inferior y es considerado un producto de auténtico lujo. Un lujo que en España es mucho más caro… aunque aquí sea de consumo diario.
