El Viernes Santo nos recuerda el vía crucis. Así se llama al camino que Jesús tuvo que recorrer llevando sobre sus hombros la cruz en la que fue crucificado, su muerte en la cruz y su sepultura. La liturgia nos hace revivir la fe, por la proclamación de la Palabra de Dios, por la adoración de la Cruz y la comunión Eucarística, la pasión y la muerte
redentora de Jesús el Señor. Aparte de la celebración del vía crucis, también se puede asistir al Sermón de las siete Palabras, en el cual se recuerdan las últimas locuciones de Jesús durante la Pasión hasta que muere a la cruz.
En su homilía, el obispo Mons. Sebastià Taltavull ha descrito el Viernes Santo como el “Día en que el silencio se hace revelación”. “Dios calla porque el hombre mantiene la pretensión orgullosa de acallarlo, pero su silencio, el de la cruz, es la proclamación más elocuente de la Verdad. Pero, ¿qué es este silencio? Este silencio es la revelación del amor, de su amor que, como el grano de trigo que se deshace en el corazón de la tierra, empieza a dar mucho fruto, a manifestarse como amor en su forma más radical”, ha explicado el Obispo.
“La contemplación creyente de Jesús en la cruz puede hacernos ver la auténtica cara de la verdad que a menudo olvidamos y que, incluso, muchos intentamos esquivar” ha afirmado Mons. Taltavull. Y es que el símbolo de la cruz fue el centro de la celebración: “La cruz de Jesús es siempre actual y constituye un reclamo porque acudimos a ella
como fuente de vida, es la respuesta silenciosa a la violencia, a la venganza, a todos los totalitarismos que se quieren imponer por la fuerza. La verdad de la cruz es la verdad del amor y la extrema manifestación del perdón. La historia demuestra que las más grandes revoluciones sociales realizadas desde la opresión, los actos terroristas y el miedo acaban en derrota, del mismo modo que caen las imágenes de bronce con pies de barro”. Y ha continuado explicando “Contemplando la cruz, podemos escoger amar; solo esta elección asegura un futuro de paz y de reconciliación. A pesar de nuestra vulnerabilidad, podemos vivir confiados en que la fuerza de la razón imperada por el amor siempre será más fuerte que todas las razones de la fuerza. Jesús nos abre un camino de confianza por el cual podemos avanzar y dice: «Os he dicho todo esto porque encontráis en mí vuestra paz. En medio del mundo seréis perseguidos,
pero tened confianza, que yo he triunfado del mundo» (Jn 16,33)”.
En la Homilía, el Obispo ha manifestado que la Cruz de Jesús no es solo la obra de sus contemporáneos: “Es obra de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y más actual que nunca. Es la cruz cargada injustamente sobre las personas a las cuales se les obliga a llevarla hasta el último aliento. Ante esta realidad tenemos el peligro o la
tentación de caer en la indiferencia, como era la de muchos que pasaban ante la cruz y no reaccionaban o reaccionaban con insultos. Es la cruz que se carga sobre nuevas víctimas inocentes en el camino de cada día”. Y ha recordado las palabras del Papa Francisco sobre la cultura del bienestar “nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, nos hace insensibles a los clamores de los otros, y son el espejismo de la futilidad, de aquello que es provisional, que lleva a la indiferencia hacia ellos, es más, lleva a la globalización de la indiferencia. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro y no reaccionamos, fácilmente pasamos de largo y nos volvemos insensibles. Más todavía, la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!”.
Mons. Taltavull ha finalizado aseverando que tenemos que recuperar “primero, el sentido de adoración ante la Cruz de Jesús, que es la aceptación creyente de su persona y el convencimiento que, a través de su entrega por amor, nos ha liberado de todo mal, del pecado y de la muerte”. Y segundo “tenemos que recuperar también el reconocimiento de la dignidad del otro, de toda persona humana, especialmente de las más vulnerables, la de los clavados a todas las cruces posibles. Que nuestra mirada hacia Él y hacia ellos no sea nunca de indiferencia, como tampoco lo tiene que ser
hacia los otros, hermanas y hermanos nuestros”.
Para acabar la celebración, ha tenido lugar la escenificación del Descendimiento, considerada la joya del teatro medieval mallorquín. Empieza con el Descendimiento de Cristo de la cruz. Se representa con martillazos por la parte posterior de la cruz mientras es desclavado. Sujetada dentro de una tela blanca o sudario, la imagen de Jesús es depositada sobre la cama fúnebre. La imagen de Jesús, antecedida por la de la Virgen María Dolorosa, preside una procesión en que participan el clero de la Seu y los representantes de la nobleza mallorquina. La procesión del santo entierro ha recorrido el perímetro interior de la Seu y ha concluido en el altar mayor, donde se representa el entierro de Cristo en un sarcófago.