La investigación que desarrolla ahora la Guardia Civil se remonta a varios años atrás, cuando un antiguo representante de artistas fue sospechoso por su interés por las jóvenes con patines. En ese momento, la falta de pruebas obligó a paralizar esa línea de investigación, aunque ahora se ha reabierto. Pero la gran pregunta sigue sin respuesta: ¿Malén está viva y escondida en algún lugar desconocido o sus restos yacen bajo la tierra de la finca de Sa Porrassa? Recordemos, pues, los principales hitos del Caso Malén Ortiz.
Eran cerca de las tres de la tarde del 2 de diciembre del ya muy lejano año de 2013. Malén, como muchos otros días, regresaba del instituto de Calvià. Desde Santa Ponça, se bajó del autobús escolar en la parada de los Piratas, junto a la conocida atracción turística de Magaluf. Llamó a su padre, pero no le respondió. Estaba, dice él, trabajando. Ella decidió, entonces, ir a comer a casa de su novio, en Son Ferrer… y comenzó a caminar.
Las cámaras de seguridad de la zona por donde pasó -y el testimonio de sus compañeros de instituto- señalan que ese día Malén vestía una camisa de leñador, unos vaqueros desgarrados y zapatillas rosas, y colgaba de su espalda una mochila con los libros de clase y bajo el brazo portaba su inseparable patín verde.
La niña, la joven, la adolescente de 15 años Malén Ortiz se debatía entre las dudas propias de la edad. Con sus padres separados tras agrios reproches mutuos, con un hermano menor al que muchas veces ella debía vigilar y con el corazón indignado con el mundo, cada día era una dura montaña a la que ascender para, después, toparse tras la cumbre, si es que llegaba, con la cansina realidad de una vida sin expectativas ni ilusiones.
La crisis matrimonial vivida en su domicilio, que estalló cuando su madre abandonó a la familia, le tenía enemistada con todo y con todos. Nada excepcional en esa edad. Y un motivo, quizás, para desaparecer en busca de otro futuro.
Su novio era su faro, aunque las disputas también eran frecuentes. Ella pedía más a la vida. Una vida que le era, en plena adolescencia, muy esquiva.
Malén desapareció camino de Son Ferrer. Nunca llegó a casa de su novio. Tras pasar frente a las cámaras de la gasolinera de Sa Porrassa, en el Camí de Cala Figuera, su figura se desvanece tras las palmeras y plantas ornamentales del vivero allí ubicado. De hecho, era un secreto a voces que los caminantes, para llegar hasta Son Ferrer, acortaban el trayecto a través de las instalaciones de esta empresa de jardinería, un auténtico laberinto de plantas, grandes maceteros, casetas y vallas que permiten a cualquiera esconderse agazapado a la espera de una víctima.
Y esta es la principal hipótesis que aún manejan los agentes de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil: que un depredador sexual, por casualidad o de forma premeditada, esperó escondido a Malén, la abordó y acabó con su corta vida, quizás tras agredirla sexualmente.
Por eso en estos momentos, agarrados a una sospecha, sin descanso y con alguna remota esperanza, se está excavando un gran terreno rural situado no muy lejos de la gasolinera y del vivero de Sa Porrassa. El objetivo: encontrar algún resto humano que pudiera ser el certificado de defunción de Malén. Un trabajo de orfebre que solamente ha proporcionado huesos de animales.
La Guardia Civil no dejará de investigar y la madre de Malén, Natalia, de rogar al cielo que algún día pueda decir: aquí está mi Malén. Su querida Malén, la niña a la que abandonó, junto a su hermano, cuando no puedo seguir viviendo más con el padre de sus hijos.
¿Dónde está Malén? Una pregunta que, nueve años después, sobrevuela aún Sa Porrassa de Magaluf.