Sin embargo, en la “Edad digital” una recomendación o instrucción parece insuficiente, a veces es necesario explicar el porqué. Intentaré aportar datos sobre esta controversia, que ayuden a una toma de decisión meditada desde la autonomía y responsabilidad individual.
El melanoma es el cáncer de piel por antonomasia, no por ser el más frecuente si no el más agresivo. Se desarrolla en la piel a partir de un nevus (lunar) preexistente que comienza a cambiar, o aparece de novo (nuevo) sobre piel sana sin tener lesión previa alguna. Su incidencia en la población está incrementando a ritmo galopante gracias a la prolongación de la esperanza de vida, el disfrute del turismo de exteriores como producto de consumo y el trending del bronceado (#tanned). Se considera que una de cada 34 mujeres y uno de cada 53 hombres tendrá un melanoma a lo largo de su vida. La edad media de aparición está en los 59 años, aunque es frecuente verlos en población aún más joven (20-30 años), especialmente en mujeres jóvenes adultas.
La principal amenaza del melanoma está en su rápida capacidad para viajar desde la piel a otras partes del cuerpo, dando metástasis que comprometen la supervivencia del individuo. El elemento pronóstico más importante y que marca en gran medida la evolución del paciente y los tratamientos que se realizarán, es la profundidad que ha alcanzado la lesión en el momento de su extirpación. Un melanoma con tan solo 1mm de profundidad puede afectar ya a los ganglios linfáticos de la región. Por ello, cuanto antes se detecte y extirpe menor será el riesgo de metástasis y mayor la supervivencia.
El tiempo que transcurre desde la aparición hasta el diagnóstico es vital, y podrá variar de semanas a meses dependiendo de muchos factores: el ritmo de crecimiento de la lesión, su localización, la educación del paciente, su nivel socioeconómico, la convivencia con familiares o la facilidad de acceso al sistema sanitario entre otros. Basados en esta premisa, cualquier “mancha, lunar, peca o verruga” que crezca rápidamente, cambie de color, sangre, duela o pique debería ser consultada con un profesional sanitario. La autoexploración y la exploración de la piel de los familiares o allegados es un acto centinela primordial en esta tarea.
Los tratamientos son diversos e incluyen principalmente la cirugía, inmunoterapia y quimioterapia. Existen protocolos de acuerdo internacional que se aplican a cada caso de forma individualizada, realizándose los tratamientos que hayan demostrado los mejores resultados con el menor impacto negativo posible o efectos secundarios.
Gracias a la innovación farmacéutica, el tratamiento del melanoma metastásico (cuando la enfermedad está extendida) ha mejorado muchísimo en pocos años. Con la quimioterapia convencional la supervivencia a largo plazo de los pacientes apenas alcanzaba el 10% de los casos. En la actualidad, la inmunoterapia es capaz de estimular nuestro propio sistema inmune (defensas) para que actúe contra las células tumorales y se están obteniendo supervivencias a 5 años de hasta el 70% de los casos cuando el melanoma afecta a una región o del 20% cuando está muy extendido.
Aun recibiendo con optimismo estos nuevos tratamientos, pues año y vida pueblan villa; no podemos obviar el todavía alto número de pacientes que por desgracia terminan en desenlace fatal, personas de edad media con su proyecto vital y el de sus familias truncado por una aciaga circunstancia.
A nivel práctico, el principal factor de riesgo modificable en el desarrollo de un melanoma es la exposición a la radiación ultravioleta. Es decir, siendo todavía imposible modificar nuestro inherente tipo de piel o el riesgo genético, evitar las quemaduras solares es la única forma de protegernos, especialmente en la infancia y la adolescencia.
Evitemos la exposición solar en las horas centrales del día (12:00-16:00), usemos textiles de protección (gorros, gafas, prendas de ropa larga) y un fotoprotector ecológicamente respetuoso del mayor factor posible (SPF50+) repitiendo su aplicación cada 2-3 horas. Tampoco nos olvidamos de la vitamina D que es necesaria para la función del sistema inmune y la formación ósea; para una persona con una dieta adecuada en España una exposición diaria de 15-30 minutos en verano y de 20-60 minutos en invierno en una superficie de piel equivalente a la zona facial, manos y antebrazos debería ser suficiente para alcanzar unos niveles de vitamina D adecuados. Debemos evitar eso sí las horas centrales del día que podrían provocar una quemadura solar.
Siguiendo dichas recomendaciones con diligencia pero sin obsesión, podremos disfrutar sin riesgo del resto del verano. Ante cualquier duda, los dermatólogos intentaremos aportar la mejor solución en la medida de lo posible.