Las razones son variadas, aunque sumadas las unas a las otras se multiplican y acaban provocando que los ciudadanos paguen por una energía esencial hasta 8 veces más de lo que les costaba en las mismas fechas del año pasado.
La primera de las razones de estos aumentos descabellados es el precio del gas. Los países productores, ante la demanda disparada de los países consumidores por la reactivación económica y del consumo tras los parones provocados por la pandemia, han decidido aprovechar el momento, restringir las extracciones para preservar su negocio futuro y, por tanto, subir los precios. Lo que se dice, en ‘vulgar peregrino’, el juego de equilibrios entre la oferta y la demanda y el control del mercado vendedor en las pocas manos de los oligopolios. Cuanta más demanda hay y menos productores actúan, más altos son los precios de venta.
Además, uno de los principales proveedores de gas hacia Europa es Rusia, y su gas tiene que atravesar dos países en conflicto, Ucrania y Bielorrusia, para llegar a occidente. La guerra soterrada que se vive en el primero y la dictadura que se padece en el segundo provocan que los gaseoductos estén en constante peligro, por lo que las primas de riesgo son elevadísimas. Un elemento más que encarece el precio de la electricidad.
El otro gran factor que encarece la electricidad es la lucha contra el cambio climático impulsada de forma firme en el marco de la Unión Europea. Por un lado, toda la energía producida a través de combustibles fósiles (gasolina, carbón, gas) paga impuestos estatales muy elevados, unas tasas que se multiplican con las restricciones económicas impuestas, también, por la Unión Europea. De hecho, más de la mitad del precio de la electricidad acaba siendo de elementos asociados a ella y no propiamente de los costes de producción.
Finalmente, las electricidades limpias (del sol, del viento, de las olas) aún no se han desarrollado lo suficiente como para compensar el uso de otros combustibles mucho más caros. También la energía nuclear se ve frenada por decisiones políticas y por impuestos especiales.
En conclusión, entre los costes del gas, los impuestos generales y las tasas específicas ecológicas, la poca incidencia en el volumen total de la energía de las fuentes limpias, el consumo máximo que se alcanzan en estas fechas de frío y poca luz solar y las decisiones políticas que pretenden frenar el uso de los combustibles fósiles y eliminar las centrales nucleares, la electricidad está, como se dice popularmente, por las nubes.