El 9 de octubre de hace solamente tres años la vida transcurría sin aspavientos y cómoda en el Llevant de Mallorca. La tarde decaía y prácticamente nadie en Sant Llorenç des Cardassar, Son Carrió, s’Illot, Artà e, incluso, Capdepera, Son Servera y Manacor atendió la alerta que desde la Agencia Estatal de Meteorología y desde Emergencias 112 de les Illes Balears se había activado: una fuerte tormenta se acercaba y pronosticaba lluvias de carácter tormentoso.
Los niños salían de sus actividades extraescolares y sus padres se dirigían con ellos de vuelta a casa. Los equipos deportivos entrenaban preparando las competiciones del fin de semana. Comercios y bares seguían atendiendo a sus clientes. Incluso los últimos turistas de la temporada apuraban el buen tiempo otoñal mallorquín.
Sin embargo, a las 7 de la tarde todo cambió y llego la debacle. Las nubes se rompieron y, por un cúmulo de coincidencias, la tormenta quedó anclada sobre Sant Llorenç. El agua caía y caía y los torrentes ya no podían evacuar los miles de metros cúbicos que en solamente unos minutos convirtieron la apacible tarde en una tragedia.
Desde la cabecera del torrente de Begura de Salma, una ola de 4 metros y medio de altura bajó la montaña arrastrando todo lo que encontraba a su paso: árboles, animales, vehículos, casas.
Y todo eso, todo este material acabo convirtiendo los cinco puentes de Sant Llorenç en cinco presas, en cinco tapones gigantescos que retenían el agua y provocaban que centímetro a centímetro, palmo a palmo, metro a metro la inundación ahogara todo lo que estaba cerca de ella.
13 personas perdieron la vida. Algunas en sus propias casas, otras arrastradas por la riada. También algunas fueron encontradas enseguida. Pero para poder dar descanso eterno a otras hubieron de pasar largas jornadas de búsqueda y colaboración ciudadana.
La movilización solidaria fue inmediata. Miles de mallorquines, armados solamente con palas y cubos, acudieron al Llevant para ayudar a retirar las miles de toneladas de fango y escombros que había dejado, como herencia macabra, la torrentada.
Guardia Civil, Policía Nacional, policías locales de todos los municipios mallorquines, agentes forestales, bomberos, Protección Civil, sanitarios, empresas privadas, asociaciones, instituciones y la ciudadanía como un solo cuerpo acudieron a intentar minimizar los enormes daños provocados. Un esfuerzo enorme, una entrega colectiva nunca vista antes en nuestra isla que ha quedado como único consuelo en el recuerdo de todos.
Tres años después, sin embargo, un rictus marca el rostro de los vecinos de las zonas devastadas. Los técnicos y expertos tuvieron muy fácil diagnosticar las causas de la tragedia. Por un lado, una tormenta imposible de parar. Por otro, unas infraestructuras inadecuadas.
Casas construidas demasiado cerca de los torrentes, edificios que se convierten en tapones que impidieron desaguar lo estragos de la tormenta y, sobre todo, los cinco puentes que se convirtieron en grandes presas y provocaron la enorme, terrible, mortal inundación.
Tres años después, de los cinco puentes solamente uno ha sido modificado. Precisamente el único que es competencia del Ajuntament de Sant Llorenç.
Los otros cuatro, de Carreteras del Consell, tienen ya el proyecto de ejecución de las obras a punto de ser validado. Pero la burocracia no entiende de prisas y aún están a la espera del visto bueno de la Dirección General de Recursos Hídricos de la Conselleria de Medi Ambient.
Mallorca recuerda este sábado los tres años de la torrentada de Sant Llorenç y a sus trece víctimas. Por siempre estarán en nuestro recuerdo.
