Pero esta frase tan conocida y usada por todos son pocos los que conocen su origen. Cuenta las personas que saben de eso que su procedencia se remonta a la época medieval de los Reyes Católicos cuando se instauró la Santa Hermandad, un cuerpo de seguridad que se encargaba de prestar auxilio a cualquier emergencia y se encargaban de detener a los maleantes. Estos agentes iban vestidos con un uniforme con mangas verdes y con un chaleco de cuero. Los libros de historia revelan que estos agentes de la autoridad habitualmente llegaban tarde al lugar donde se les necesitaba, cuando la disputa ya había sido resulta o el ladrón había escapado. Por lo que los afectados, exclamaban esta famosa expresión que ha llegado hasta nuestros días.
A pesar de lo antiguo del dicho da la sensación de que está más vigente que nunca y que los auténticos sucesores de aquella tropa son, hoy día, otra tropa que no se dedica a trincar malhechores, delincuentes y asaltantes, no, ahora parece que son ellos, los herederos de tan santa costumbre, la de llegar tarde o cuando todo está resuelto. Son los políticos los mangas verdes del siglo XXI.
Yo hace tiempo que ya albergaba en mi cabeza esta idea, la que los políticos son los mangas verdes modernos y ahora, cada día, me convenzo más.
Hace muchos años que nuestros mangas verdes introdujeron en sus discursos rimbombantes y vacíos de contenido la promesa, reiteradamente incumplida, del cambio del modelo turístico. Lo hemos oído hasta la saciedad. Nunca nos lo hemos creído porque en el fondo, al igual que nuestros políticos, no sabemos que significa, ni como se hace eso del cambio del modelo turístico ni tan siquiera para sirve si los turistas siguen viniendo.
Pero mira por donde viene la pandemia y dejan de venir los turistas y esa loca idea del cambio, como si estuviéramos en campaña electoral, es repetida por todos, políticos, mediocres políticos disfrazados de neo-ecologistas y hasta Yllanes. Éramos pocos y parió la abuela.
Los datos pandémicos empiezan a mejorar y con esta mejoría llega la esperanza de retomar de nuevo viejas costumbres, de llenar nuestros hoteles de aquellos millones de turistas que tanto odiamos y que tanto necesitamos para poder llenar todas esas plazas hoteleras que en otros tiempos, cuando lo del cambio de modelo nos la traía al pario, construimos sin pensar que, depender de un solo tipo de turismo, no era lo más adecuado.
Ahora resulta que nuestra supervivencia depende de un extraño semáforo que cambia de color según la ocasión. Un semáforo manejado por un señor entrado en años que se acaba de casar y que juega con los colores del semáforo al ritmo que le marca su luna de miel que, para nosotros y como decía un buen amigo mío que su mujer lo dejo tirado en el viaje de novios, será una mierda de luna en lugar de una luna de miel.
Pero tranquilos, ante la ruina que se nos avecina, nuestros tontos, políticamente hablando, políticos ya han dicho que van a trabajar para diversificar los mercados emisores, que esto de depender de un solo mercado no es bueno. Y ahora es cuando decimos aquello de ¡¡¡A BUENAS HORAS, MANGAS VERDES!!!
Salut y que el semáforo británico se cambie a nuestro color favorito.