En el momento del adiós es cuando descubrimos de forma inequívoca la calidad y la vigencia de la materia de la cual están hechos nuestros principios, nuestras realidades y, también, nuestro legado. Quiénes de verdad somos y qué somos.
Es ahora pues el instante en el cual estamos compelidos y obligados a pasar revista a lo qué dijimos y, más importante aún, a lo qué hicimos y a cómo lo hicimos.
En el tránsito más aciago del Partido Popular, cuando la nave surcaba desnortada y sin timonel la tempestad provocada por su peor derrota electoral –lo que suponía el grado de desafección ciudadana jamás nunca alcanzada por su partido–, usted se puso voluntariamente al frente de su grupo. Mientras aquellos que se habían llenado la boca despotricando ocultos detrás de las bambalinas contra los que habían precipitado al PP en la sima de los votos huían de su responsabilidad escondiéndose en la más oscura de las sentinas del partido, usted no se arredró y asumió la màxima responsabilidad de guiar la nave entre las turbulencias de la derrota, los quejidos exànimes de los cobardes y llevarla al buen puerto: a la calma interna y a afrontar el futuro con garantías de éxito. Y ahí deja usted la capitanía en manos de sus sucesores.
Esa ha sido su labor y ese es su legado. Otros, ni eso.
Y cumplida su misión, habiendo sido fiel a su palabra de hombre cabal aún en contra de sus propias certezas, aguantando al frente del partido por petición de sus máximos superiores nacionales, ahora rinde cuentas, entrega el testigo y regresa allí de donde vino: a la de sociedad civil y a la empresa privada. ¡Qué enorme diferencia entre su salida y la de otros que nunca abandonan las poltronas, saltando de unas a otras sin vergüenza ni contrición y amorrados siempre a las ubres de los opíparos salarios políticos!
Señor Company:
Váyase con la cabeza bien alta. Ha cumplido usted su palabra, cosa de la que muy pocos en la política pueden vanagloriarse. Seguro que muchos aprovecharán el arbol caído para ponerse medallas que nunca ganaron en ninguna batalla. Pero, usted lo sabe y lo ha padecido, la vida es así de ingrata con los que, por encima del egoismo, son capaces de hacer aquello que para otros ha sido siempre impensable: dejar sus negocios y su empresa familiar, intentar colaborar en hacer mejor a nuestra sociedad y, después, en el momento preciso, regresar de dónde se salió sin llevarse ni un euro de más y sin fosilizarse en cargos públicos inútiles y cementerios de elefantes solamente creados para culicontentos y panzas agradecidas.
Se va usted, señor Company, como un señor. Se va usted como lo que es. Buena suerte