Todos y cada uno de los comicios democráticos en los que usted ha encabezado una lista electoral se han convertido, comparados con los precedentes, en estruendosos fracasos para usted mismo y para sus compañeros candidatos y militantes. Ha recorrido usted el camino hacia el fracaso final a paso de legionario, sin pausa ni descanso, de forma imparable y acelerada, inasequible al desaliento y con las orejeras del auto endiosamiento férreamente plantadas frente a los ojos.
Este esclarecedor rosario de tropiezos electorales concatenados e innegables se ha producido tras el conocimiento que la ciudadanía en general –y sus decepcionados votantes en particular– han detectado sobre la distancia sideral que existe entre lo que usted dice y lo que de verdad usted hace. Para muestra, un botón: su repudio panfletario a la casta política cuando –mira que cosa– usted se ha convertido en el gran paladín de los que se aprovechan de los cargos y los fondos públicos para vivir cómodamente instalados sobre la demagogia y la propaganda, sobre el márquetin y la vacuidad vana de las palabras rimbombantes pero vacías. Hipocresía se le llama a esto.
Cual Narciso, engreído y enamorado de sí mismo, ha encontrado en las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid su Némesis. Aunque, eso sí, en su último coletazo se ha permitido un nuevo dislate y, con su particular y bien documentada osadía soberbia, se ha auto victimizado una vez más atribuyéndole a otros sus propios fracasos personales: al fascismo de los vencedores de las votaciones madrileñas. ¡Atención, compañía!: al ‘fascismo’ de millones de ciudadanos que no le han votado a usted. Claro, todos sabemos que Madrid está llena de fascistas, que usted –válgame dios– no se equivoca nunca y que los descerebrados cegatos que no ven en usted al mesías salvador son unos ágrafos ignorantes que –claro que sí– quieren destruir la democracia.
Si la realidad española no fuera la que es –ahogada por la pandemia y sus estragos económicos y sociales terriblemente agravados por la estulticia de sus gobernantes– sus desvaríos personales nos recomendarían pedirle hora en el especialista.
Señor Iglesias:
Sinceramente, tampoco no nos hemos sorprendido al escuchar este último desbarre de usted. Lo que sí es de traca es el lloriqueo del grupo de palmeros que le rodeaban enjuagándose las lágrimas de cocodrilo tras la ceremonia de enterrar las antaño ilusiones regeneradoras de miles de españoles, nacidas en las plazas del 15M, y que usted y sus corifeos han destruido simplemente para residenciarse personalmente en comodísimas torres de marfil, muy lejos de los que antaño les auparon a ellas. A eso le llaman ustedes la nueva política. ¡Vaya sarcasmo!
El diapasón de su fracaso lo balancea la candidatura de Más Madrid. De su fracaso y el del PSOE de Pedro Sánchez. Los votantes que legítimamente creen que las soluciones a los problemas de España deben surgir desde la izquierda han encontrado un nuevo referente. Un espejo en el que usted y su socio de La Moncloa no están.
Señor Iglesias:
Usted –no se engañe– no nos hace ningún favor con su teatral escenificación de su beatífico sacrificio personal para salvarnos a todos los demás. Se lo hace solamente a usted mismo evitándose otra derrota. A quien no le ha hecho ningún favor desde el 15M es a los miles de españoles que buscan desesperadamente una referencia verdaderamente de izquierda democrática para depositar en ella su esperanza y su voto.
Usted no se va. A usted le han echado. Le han echado los democráticos y ‘fascistas’ ciudadanos españoles votándole consecutivamente cada vez menos. Restándole apoyos y demostrándole que –le guste o no le guste– vive usted encerrado en sí mismo, escuchando solamente a los que le ríen las ocurrencias y se sienten acogidos entre los pliegues de su ceño fruncido de profesor cabreado.
El punto final ha llegado. Hasta aquí hemos llegado. Los votos –la democracia– han dictado sentencia. Adiós, señor Iglesias. Adiós.