La enfermedad mortal de la Covid-19 nos ha afectado a todos. Tanto en su vertiente sanitaria letal como en lo económico, empresarial y laboral. Y, evidentemente, también en el ámbito de lo social y en la convivencia cívica. Todos, en mayor o menor grado, hemos sido sacudidos por esta execrable realidad.
Sin embargo es justo reconocerlo y por ello nadie debe sentirse señalado que algunos de entre nosotros han padecido esta pandemia con menor intensidad que el resto de los mortales. Así como una parte importante de nuestros convecinos trabajadores asalariados están en paro, cuelgan de un erte o su futuro laboral es una sima oscura, otros no han dejado nunca de cobrar su salario cada fin de mes, han podido –con las restricciones pertinentes– disfrutar de sus vacaciones e, incluso, los del ámbito funcionarial saben que sus empleos tienen fecha de permanencia inamovible hasta su jubilación.
También debemos ser conscientes que mientras un numerosísimo grupo de empleados públicos han tenido que luchar contra la pandemia desde las trincheras más peligrosas (los profesionales sanitarios y los agentes del orden) y otros desde puestos comprometidos (docentes, militares y gestores de los servicios sociales esenciales), asimismo debemos constatar que muchos otros afortunados lo han hecho desde su casa teletrabajando o en sus oficinas burocráticas y alejados de todo contacto físico y social. Una posición incómoda, claro que sí, pero muy distante de los verdaderos peligros que han tenido que arrostrar muchos otros.
En el ámbito de las empresas privadas también hemos asistido a estas dos realidades dicotómicas: los que no han dejado ni una sola jornada de trabajar (hoy en día una auténtica bendición) y los que no lo han podido hacer desde el verano del ya lejano y saludable 2019. No es lo mismo ocupar un puesto en un supermercado, una panadería o un taller mecánico que en un hotel, un restaurante o un gimnasio.
Seguro que todos entendemos que la pandemia, aún sus terribles consecuencias generales, ha sido especialmente dura y terrible para algunos y no tanto para los otros. Creer lo contrario es engañarse. Decir lo contrario es mentir.
Señoras y señores conciudadanos que han visto de cerca las consecuencias terribles de la pandemia pero que han sido afortunados y las han padecido desde la distancia:
Ahora es su momento. Ahora es cuando ustedes deben dar un paso al frente. Los demás –sus familiares, sus vecinos, sus conciudadanos– les necesitamos.
Mientras una gran parte de nosotros vivimos colgados de un tenue hilo económico, ustedes conservan impolutas e incólumes su capacidad de compra y de inversión. Quizás, incluso, las por un lado incómodas restricciones pandémicas les han llevado, por otro, a atesorar unos ahorros inesperados. Por eso les reclamamos con modestia pero también con la energía de los que se ahogan su atención y su apoyo. Por eso les necesitamos ahora más que nunca.
Reflexionen sobre su posición privilegiada y asuman que ustedes nos pueden salvar a todos los demás. Ustedes pueden consumir productos locales. Ustedes pueden permitirse el lujo de gastar en restaurantes y bares. Ustedes pueden elegir disfrutar de unas vacaciones en alguna de nuestras maravillosas islas antes que gastar su dinero en otros lugares alejados. Ustedes, sí, pueden hacer el esfuerzo empático de invertir en bienes de primera necesidad, objetos, vehículos, ropas, libros, decoración, muebles y mil cosas más en comercios de aquí. Muchos otros no podemos hacerlo.
Y también pueden ustedes ser solidarios con los más necesitados y demostrarlo restando alguna pequeña cantidad de sus ahorros para donarlos a entidades sin ánimo de lucro que atienden a aquellos que de entre nosotros siempre han sido más desafortunados.
Ustedes pueden salvarnos, claro que sí. Ustedes lo saben y son conscientes de ello. Ustedes son nuestro Plan Marshall, nuestros fondos europeos, nuestro maná caído del cielo. Ustedes son nuestro futuro.
Confiamos en ustedes. Les necesitamos. Ustedes salvarán a la sociedad de la que forman parte, que es su propia y auténtica sociedad. Por favor, no nos defrauden.