Digo "despreciable" porque si algún instituto de opinión preguntara por el "emérito" y ofreciera, entre otras, la respuesta "despreciable", podría conseguir un buen porcentaje de aciertos. Disculpe la insistencia, pero son más de cinco años sin que nos pregunten lo que opinamos sobre esta familia tan poco ejemplar, mientras pagamos impuestos para que puedan disfrutar de todos sus vicios.
Y porque no es la primera vez que, con nuestro dinero, el gobierno nos oculta que es lo que queremos. ¿Recuerda usted que Adolfo Suárez hacía encuestas sobre monarquía o república que después nos ocultaba? ¿Le dijo algo de aquello al despreciable Juan Carlos I, además de a Victoria Prego?
Mantengo que Felipe VI puede ser tan despreciable como su padre porque las escalas de valores son hijas de los tiempos que en cada momento corren, y seguro que sus pueblos respectivos le exigen más decencia a un jefe de Estado que sea rey sueco, por ejemplo, que al presidente de una república bananera. Pero es muy probable que, al de las bananas, los suyos le exijan mucho más decoro del que nuestro gobierno, en nombre del pueblo de España, es capaz de exigirle a su rey. Porque ningún decoro es capaz de exigir y, por tanto, puede que esta sea la monarquía más podrida de cualquier país de los que presumen de urnas y democracia.
Y a esto del Reino de España le llaman una de las mejores democracias, tan estupenda que Sánchez es capaz de celebrar que la prensa "no haya mirado para otro lado" con lo del rey, sorprendido quizás porque, tras 40 años de periodistas cerrando los ojos para que la mierda de ese despreciable no les ensuciara las pupilas, esta vez, como durante la dictadura, la verdad de lo que ocurre en España haya tenido que venir desde el extranjero.
Una democracia y su gobierno sometidos a los caprichos de Felipe VI, como el de acudir a un funeral eclesiástico y descaradamente oportunista cuando, sabiendo todo el mundo que conocía lo del dinero de su padre, hasta para ir a mear tendría el rey que pedir permiso a La Moncloa. Felipe VI se delató a sí mismo ante notario, hace más de un año, pero nada informó a la Justicia, como era su obligación.
España está proclamando ante el mundo que su rey puede cometer delitos que quedarán sin investigación ni condena porque la ley dice que, por ser quien es, puede hacer lo que quiera. Y tampoco pagará el gobierno, que está obligado a refrendar los actos del rey, porque aquí eso no se va a investigar jamás. En última instancia, todo prescribirá oportunamente para que nadie sea declarado culpable, mientras comprobamos que portadas como las de El Confidencial o El Español, que quizás han decidido apostar por una república de derechas, mueren, una tras otra, enterradas por las de cualquier rebrote para seguir adecuadamente asustados.
Si, le llaman democracia de calidad periodistas que son capaces de decir que nada ha quedado probado aún en contra de Juan Carlos I, y mucho menos contra su hijo, sin que suceda que al resto de tertulianos tengan que retirarlos del plató, muertos, es decir, fallecidos, tras haberse roto con la risa.
Felipe VI es el hijo de Juan Carlos I y sigue sus pasos, aunque no sabemos hasta donde. Se trata de personajes con mucho más poder real del que la ley les otorga, y lo saben, y abusan de ello, y eso los convierte en despreciables absolutos. Saben que necesitan debilitar la democracia siempre que la voluntad de progreso en la sociedad pone en peligro sus privilegios, y reaccionan creando problemas a quien representa el triunfo de las urnas.
¿Recuerda usted cuando algunos decían que el día 3 de octubre de 2017 a las nueve de la noche Felipe VI había conjurado un golpe de Estado desde las pantallas de TV, comparándolo con lo que hizo Juan Carlos I en la madrugada del 24 de febrero de 1981?
Pues lo que sí coincide en ambas apariciones televisivas es que, mientras Juan Carlos I había forzado unos días antes la dimisión de Adolfo Suárez y España estaba sin gobierno, por tanto, democráticamente débil, casi 37 años después Felipe VI apareció por la tele, tras el referéndum del 1 de octubre en Catalunya, contra la voluntad del presidente Rajoy y, por tanto, debilitándolo. Que no había sido cosa suya nos lo dijo el del PP a los pocos días de salir de La Moncloa tras una censura de guante blanco.
¿Hubiera dejado Rajoy que gobernara Sánchez si el rey no lo hubiera puenteado ante toda España el 3 de octubre?
Porque, ahora que lo recuerdo, casi me pareció más contundente Sánchez a favor del discurso del rey que el propio Rajoy. Teniendo en cuenta que Sánchez es "republicano".
Y lo que también recuerdo es al mismo Sánchez proponiendo censurar a la ministra Soraya a las pocas horas de los excesos policiales contra votantes en el referéndum de Catalunya, pero, tras el discurso de Felipe VI dos días después, quedar como una mierda tras envainar la propuesta. Y eso que el hoy presidente acababa de recuperar el timón del PSOE con mayoría absoluta.
Ambos reyes, padre e hijo, y al margen de las circunstancias de cada caso, han convertido a dos presidentes del gobierno en políticos más transitorios de lo que ellos pretendían.
En cambio, contra González, Aznar y Zapatero nada necesitó hacer Juan Carlos I, pues bastante tenía con robar, a nosotros dinero y a su familia tiempo, mientras la política en España, a imagen y semejanza de su rey, se convertía en un pozo sin fondo por donde la mayor parte de la corrupción se escapaba de la Justicia.
Y ahora Felipe VI, a por Sánchez e Iglesias en una batalla que comienza. Lo del funeral en La Almudena, que decía al principio, es otro ejemplo.
De repente salta Iglesias llamando a Sánchez "valiente" por atreverse a cuestionar en voz alta lo de la inviolabilidad real.
¿Valiente Pedro Sánchez?
¿Acaso hay alguna pistola que lo amenace si les quita, a ambos reyes, ese privilegio que protege tanto delito y causa tanta ignominia?
Porque, si sabéis que hay esa pistola, tenéis que saber también quién la está empuñando.
Que alguien comience por colocar al rey un edecán 24 horas al día, para que no nos perdamos nada de lo que habla o escribe, y con quien lo hace.
En España, siempre, el rey es el mayor peligro para las libertades, la democracia, y el gobierno que nace de ellas. Por eso, en ocasiones, el gobierno, débil, se termina pasando al bando del rey, el autoritario.
Me temo que, en España, los gobiernos llevan en ese bando desde que murió el despreciable Franco.