A dos pasos de ellos, escondidos del mundanal ruido, sestean la casa y el taller del artista Joan Miró. Y también –y mucho más evidentes– las conflictivas colmenas humanas de los apartamentos Pullman y Panam. Un enclave –el veraniego de los Borbón Grecia– que reunía dos verdades contrapuestas: unas privilegiadas vistas al mar pero rodeado, por un lado, de los enormes y explosivos depósitos de combustible que abastecen al aeropuerto y a todas las gasolineras de la isla y, por otro lado, por uno de los paradigmas más destacado del boom del turismo de masas que atrae a millones de europeos nórdicos y británicos con su propuesta de sol, playa, bebida barata, diversión nocturna y, casi siempre, sexo.
A bordo de un Seat 1.430 conducido por el propio Juan Carlos –aún entonces Príncipe de España–, y tras aterrizar en sendos reactores Mystere de la Fuerza Aérea, llegaba sin pompa ni alharacas a las puertas de la ex casona del mecenas Ioannes Saridakis el que dentro de poco más de un año y medio asumiría la Jefatura del Estado español como Rey. Eso sí, acompañado de su esposa por entonces inseparable Sofía y sus hijos Cristina, Elena y Felipe.
Desde su domicilio invernal madrileño de La Zarzuela tan solo se trasladaron con ellos una ‘nanny’ para atender a los niños y su queridísima perrita Laia. El resto del personal –cocina, limpieza, mantenimiento, jardinería, chóferes…– fue aportado y financiado por las autoridades locales de la Diputación Provincial. Responsabilidad y costes económicos que, tras la muerte de Franco, asumiría el Govern balear. Distantes estábamos entonces de las máximas medidas de seguridad que ahora acompañan siempre a los monarcas españoles y que tan alejada mantiene a la ciudadanía de ellos.
Poco a poco, paso a paso, la Familia Real española fue atrayendo como un imán a sus parientes más cercanos, a otros remotos y a todo un rosario de advenedizos, empresarios, políticos y gente de toda clase y condición que quisieron codearse con la nueva corte veraniega mallorquina. La isla de la calma se convirtió, aún más si cabe, en protagonista de las portadas de papel cuché. Semana a semana, la lectura de miles de amas de casa, aunque solamente fuera por diez minutos, era las andanzas de Juan Carlos y Sofía, sus rubísimos hijos y todo el circo que les rodeaba.
Pero todo eso es ahora ya agua pasada y parece que nunca más volverá.
La gran valedora desde siempre de Marivent, la Reina Sofía –que ve en el Mediterráneo balear el mismo azul de su infancia griega– es en este siglo XXI la única residente relativamente estable del gran caserón neo regionalista edificado en los felices 20 por el arquitecto mallorquín Guillermo Forteza. Eso sí, tan solo acompañada en su soledad por su hermana Irene.
Juan Carlos hace años que dejó de pasarse por Marivent. En los últimos tiempos lo ha hecho de forma esporádica, en viajes de llegar y salir en cuestión de horas. Ya no le espera su superyate Fortuna, ni el menos presuntuoso Somni. Ya no puede regatear en el Bribón ni escaparse de la guardia real a bordo de su moto camino de la urbanización de Son Font de Calvià para pasar allí las largas veladas veraniegas hasta el amanecer con amigos y buena compañía. De hecho, Juan Carlos enterró hace tiempo sus mejores momentos en Mallorca. Aquellos en los que compartía intensa intimidad con su amada Marta Gayá y su muy muy próximo Rudy Bay.
De los tres hermanos Borbón y Grecia ninguno encuentra ahora en Marivent la alegría que cultivaron allí con ahínco en su infancia. La primogénita Elena se ha decantado por estar junto a su padre en las duras y en las maduras, por lo que Mallorca ha salido de su agenda. La segundona Cristina, que de forma cómplice con Iñaki Urdangarín urdió en Palma multimillonarios negocios que le han llevado a él a residir una larguísima temporada en la prisión de Brieva, solamente ha regresado a la isla para comparecer ante los tribunales.
Y el tercero, ahora rey Felipe, tras sorber aquí los efluvios de su primer amor, ahora simplemente revolotea al albur de los deseos de su esposa Letizia. Y ella no es de pasarse las horas en un barco surcando las olas hasta Cabrera ni de compartir momentos con la pandilla de amigachos navegantes en el Real Club Náutico de Palma. Ni tampoco gusta de pasear por Jaime III y tomarse un helado en Can Joan de s’Aigo, como su suegra. La reina Ortiz Rocasolano es más de otros lujos y de vacaciones allende las fronteras de España. Aún resuenan en Palma sus palabras a una periodista al valorar lo que es para ella Marivent y el veraneo mallorquín: “¿A ti esto te parecen unas vacaciones?”.
Desaparecido de Mallorca Juan Carlos, también han buscado otros aires toda su corte veraniega. Los grandes empresarios que siempre han medrado a la sombra del poder (los Mario Conde, Javier de la Rosa y compañía) ya no vienen a pasearse por los pantalanes a la búsqueda de una foto y un apretón de manos. Y con ellos han partido a otros andurriales los periodistas que viven de esta pesca mayor.
Ni siquiera la Reina Sofía ha logrado mantener cerca de Marivent a sus más fieles. Su larga lista de familiares griegos dejó hace años visitarnos. El rey depuesto Constantino, su esposa Ana Maria y sus hijos Alexia, Pablo, Nicolás, Teodora y Felipe –y su poblada lista de consortes, hijos, primos y parientes– han dejado de aterrizar en Son Sant Joan.
Tampoco nos visitan ya las testas coronadas europeas (Carlos y Diana de Gales, Olaf de Noruega, Balduino y Fabiola de Bélgica…), ni los monarcas republicanos de Estados Unidos (Bill y Hillary Clinton, Michelle Obama) y, ni mucho menos, los otros centenares de protagonistas destacados de la farándula mediática que colocaron Mallorca en las portadas de la prensa del corazón de toda Europa. Más allá de cualquier otra opinión divergente, toda una inmensa y potente fuente de mensajes publicitarios que provocaron millones de impactos positivos como referente de la potencia del emporio turístico balear.
Y, como ocurre en toda larga historia, un esclarecedor colofón ilustra sobre el poco interés que Mallorca concita hoy en día en la antaño genuflexa corte veraniega de los Reyes de España. Y es que incluso los hijos de la hermana mayor de Juan Carlos, la recientemente fallecida Pilar, han decidido convertir su casa familiar de la urbanización Sol de Mallorca de Calvià en dinero contante y sonante, y la han puesto a la venta para repartirse la herencia de forma más cómoda. Ninguno de los cinco vástagos de Doña Pi se ha interesado por quedarse en Mallorca. Ni Simoneta, ni Juan, ni Beltrán, ni Bruno, ni Fernando se sienten atraídos por la isla que acogió con los brazos abiertos a su tío Juan Carlos y a toda su familia.
La realidad es que los Borbón y su corte han abandonado Mallorca. Y con ellos se ha ido ya una época. Una época que fue dorada, aunque se tratara del brillo escuálido de la quincalla.