Sus apariciones continuas y reiteradas ante las cámaras televisivas de los medios de comunicación para disertar sobre el devenir cotidiano de la pandemia provocada por el virus SARS-Cov-2 en España nos han retrotraído a los shows protagonizados por un conocido y añorado actor finisecular de la farándula hispana, tan proclive ella a aportarnos personajes tan desquiciados como los pícaros del Siglo de Oro. Sin remontarnos ni a Quevedo ni a Gracián, nos referimos al poco valorado hoy en día, pese a su innegable vis cómica, Antonio Ozores.
Usted, como Ozores, ha optado por entretenernos sin decirnos nada. Farfulla conceptos, cita cifras, repite mantras, va y viene, sube y baja, hoy nos asegura como cierta una cosa… y mañana la contraria. Eso sí, sin despeinarse ni ruborizarse. Lo que hoy es blanco mañana es negro o –quizás– amarillo, gris o verde. Como el gran Antonio Ozores, sus registros dialécticos son hijos del absurdo y del esperpento, su lenguaje es ininteligible y, por todo ello, su credibilidad es nula. Sus explicaciones y disertaciones se han convertido en palabras vanas, huecas, mentiras sin remisión ni perdón, en balbuceos que no merecen ni ser escuchados ni atendidos.
Es usted una argolla más en la ya larga –larguísima– cadena de mentiras con las que el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han encadenado a la sociedad española en los momentos más trágicos de los últimos años. Personifica la coartada perfecta de los que han querido eludir su innegable culpabilidad por el execrable estallido entre nosotros de la enfermedad asesina. Ha devenido usted, doctor Simón, en activista y colaborador necesario en la propagación de la pandemia al ser cómplice corresponsable de su expansión.
A las 12 horas y 45 minutos del 2 de marzo pasado recibió usted desde la sede central de la Agencia de la Unión Europea para el Control y la Prevención de Enfermedades (EDCD, por sus siglas en inglés), situada en Solna –una pequeña e idílica población localizada junto a la capital sueca de Estocolmo– un detallado informe que le advertía de la imperiosa necesidad de “evitar que la población acuda a actos multitudinarios” y, también, de impedir “concentraciones masivas”. Ante esta advertencia marcada como “de extrema urgencia”, usted no la reenvió a las comunidades autónomas españolas (que gestionan la sanidad pública transferida desde el Gobierno central) y tampoco compartió este escrito ni lo mencionó en el Consejo Interterritorial de Sanidad con los propios consellers autonómicos del subsiguiente 5 de marzo. Hizo como si no existiese. Y de esos polvos los lodos actuales.
Pero eso no es todo, doctor Simón. Otro ejemplo fehaciente de su catadura y que resta absolutamente toda la credibilidad que algunos aún pudieran entrever en sus palabras es que, pese al susodicho informe de la Agencia de la Unión Europea para el Control y la Prevención de Enfermedades, el 3 de marzo usted mismo –en un escrito interno– recomendó, textualmente, que “no se organicen en las próximas semanas congresos, jornadas, seminarios o cursos de formación de los profesionales sanitarios” para “evitar que puedan actuar como transmisores de la enfermedad”. Y el 6 del mismo mes destacó la necesidad de adoptar medidas de salud pública como el distanciamiento social, “tal y como reclama la Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas”.
Pese a todo, el 8 de marzo miles de personas engañadas e inocentes llenaron las calles de Madrid en la manifestación feminista apoyada y publicitada por el Gobierno de España que le paga su salario. Y también se celebraron partidos de futbol, festivales de música, se exhibieron películas de cine, se abrieron centros comerciales, se conmemoraron aniversarios y un largo etcétera de actos y eventos sociales que, con el virus ya instalado entre nosotros, fueron un auténtico y perfecto caldo de cultivo para la propagación inmisericorde de la pandemia.
¿Y tenemos que fiarnos hoy de alguien como usted que nos engañó tan vilmente en el pasado, doctor Simón?
Pero no acaban aquí las cuentas que adornan su rosario de despropósitos. Después de sumergirnos a todos en el lodazal pútrido del Covid-19, ahora se dedica con todo el desparpajo del que se cree inmune a todo o –peor aún– del que realmente no sabe lo que dice a manipularnos con sus cifras mentirosas de los miles de ciudadanos españoles víctimas mortales de la enfermedad, con cifras verdaderamente más propias de un trilero de baja estofa.
Usted intenta engatusarnos con la ya de por sí terrible contabilidad de cerca de 28.000 fallecidos oficiales. Y se queda tan pancho cuando, realmente, los muertos son muchos más. El Instituto Nacional de Estadística de su propio Gobierno de España, sumando uno a uno todos los certificados de defunción registrados en la totalidad de los registros civiles de la globalidad de los juzgados del país, señala que el exceso de personas muertas registradas en España en el mismo período de tiempo en el que usted suma 28.000 víctimas de la pandemia son realmente 48.000. Por tanto, un desfase de 20.000 muertos. Por todo ello debemos colegir que la pandemia ha matado a 48.000 españoles, 20.000 más de los que dice usted. Pero, claro: reconocer eso sería terrible. Reconocer la magnitud de la tragedia agravaría, aún más si cabe, su propia dolosidad en la transmisión de la pandemia y, también, la del Gobierno de España que le apoya a usted y al que usted tapa interesadamente sus vergüenzas.
Y si no le basta una cifra, le ofrecemos otra. Si usted quiere defenderse de su estulticia haciéndonos creer que yerran el Instituto Nacional de Estadística y los registros civiles de todos los juzgados de España, pues le ofrecemos el balance numérico ofrecido por el Instituto Carlos III, también otro organismo que depende de su mismo Gobierno. El Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria, una estadística fehaciente que desde hace años gestiona esta prestigiosa institución científica y apolítica, señala que el exceso de muertes registradas durante la pandemia sobre las esperadas en base a los datos recogidos en años anteriores es exactamente, a fecha del viernes pasado, de 43.262. Es decir, 15.000 más de las que nos hace usted tragar cada día en su comparecencia tras el atril del Palacio de La Moncloa.
Doctor Simón:
Mal podemos saber cómo atajar la pandemia si no sabemos cuántas personas se han visto afectadas y cuántas han perdido la vida por ella, sin tener un mapa básico de su influencia negativa y sin los mínimos datos básicos. Claro que para un Gobierno como el de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, que desprecia la verdad, sin ningún afán de compartir los hechos reales con su propia ciudadanía, no es problema alguno cebar sin escrúpulos nuestra fantasía con la ilusión del rigor atribuido a las continuas referencias “a la ciencia”. ¿¡Cuántas mentiras de usted y de sus superiores nos hemos tragado los españoles convenientemente aderezadas con el rimbombante estribillo de “así lo dicen los científicos” o de “eso señalan los técnicos”!?
Embocando ya el final de esta Carta a…, y sin ánimo de prolongarla con más elementos objetivos que confirman su patética realidad, recordarle que, ante su cúmulo de despropósitos informativos, la propia Conselleria de Salut del Govern de les Illes Balears interrumpió durante unas fechas la semana pasada su propia línea de información sobre las víctimas del coronavirus ya que sus datos no concordaban en absoluto con los que usted estaba aportando a la ciudadanía. Ante este dislate absoluto, nuestra conselleria decidió callar para no ahondar en el desconcierto que anida en la ciudadanía, el descontrol de la realidad y el descrédito de sus propios portavoces.
Doctor Simón:
Tras comparar anteriormente sus inconexas palabras farfulladas sin sentido ni credibilidad a las del gran Antonio Ozores, nos permitimos ahora, para dar un paso más en nuestro afán pedagógico, en ayudarle a recordar a otros dos grandes personajes del mundo del espectáculo que, como usted, nos hacían reír de lo ridículos que eran: los payasos Milikito y Harpo Marx. Cada uno de ellos, en sus personales actuaciones, respondían al diálogo de sus compañeros de escenario con un cencerro el primero y una bocina el segundo. Con ruidos dónde los demás esperaban palabras. Con estrambotes dónde la ciudadanía quiere oír razones. Con cacofonías y no con verdades. En resumen: con mentiras ruidosas. Las suyas. Se ha convertido usted, doctor Simón, en una caricatura, en un motón de palabrejas inconexas que cambian así como cambian los intereses políticos de los que le pagan.
No es usted inteligible y no es usted creíble. Aunque, realmente, tampoco los españoles esperábamos nada más ni nada menos que eso de usted. Y es que usted es el gran Pinocho que se mueve al albur de los hilos que sujetan desde el Gobierno de España los señores Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Un Pinocho de madera a punto de autoincinerarse para salvarles el pellejo a sus máximos jefes. Como todo el resto de los españoles, otra víctima del dúo que nos ha metido en todo esto.