Las primeras semanas de escritura se me hicieron eternas. Al ser un escritor de mapa, cuando comencé a escribir el libro ya tenía claro no solo lo que iba a pasar poco después del inicio de la novela, sino que incluso ya sabía cómo quería acabar la historia. Al pensar en ese final que había ideado, muchas veces me impacientaba conmigo mismo para intentar acelerar mis ritmos de escritura, y así llegar cuanto antes a aquellas partes de la novela que más me iban a gustar escribir, como el propio final de la historia.
Sin embargo, pocos días después de comenzar a escribir la novela, me di cuenta de que esa ansiedad por escribir más y más y llegar así cuanto antes a los pasajes que más me interesaba escribir, no me iba a favorecer a la hora de fabricar una historia que mereciese la pena leer. Desde siempre, mi modo de trabajo ha sido lento pero constante, la presión y las prisas jamás me han funcionado. De este modo, mientras iba escribiendo a mi ritmo la primera parte del libro, empecé a aceptar que el final del libro no llegaría a escribirlo en un par de meses, y por ello me contentaba con tan solo imaginar cómo sería el inicio de la segunda parte del libro.
De hecho, hace tan solo un mes que empecé a escribir la segunda parte del libro, y al igual que me sucedió cuando comencé a escribir la primera parte, durante los primeros días que dediqué a la segunda parte de la novela, me volvió a invadir la ansiedad por avanzar en el devenir de la historia, quizás por el hecho de que ahora veía un poco más cerca el momento de escribir el final de la novela. Pero no, reconozco que aún falta para que llegue ese momento, algo que ya ha dejado de importarme, porque sé que tarde o temprano acabaré por escribir este libro.
Más allá de la intranquilidad momentánea por acabar cuanto antes la novela, existen varios aspectos que he descubierto a la hora de escribir este libro. Uno de ellos es ese sentimiento de poder que siento respecto a los demás, cuando soy consciente de que estoy escribiendo una historia de la que nadie más se puede imaginar que será lo siguiente que puede suceder. De una u otra manera, es como si tuviera alguna clase de poder predictivo, ya que en todo momento sé cómo evolucionará la historia.
Asimismo, resulta increíble la facilidad con la que viajas en el tiempo al escribir, ya que cuando comienzas a relatar hechos que se vinculan con tu pasado, y te esfuerzas en describir concienzudamente el contexto que rodea a tu historia, enseguida tu mente parece esforzarse por recordar algo que ya tenía casi olvidado. En esos momentos, parece que tu cerebro se comporta igual que la mente de la protagonista de Del Revés, la inmensa película de Pixar en la que las emociones trastean con el cerebro mientras sacan a la luz diversos recuerdos de la protagonista.
En definitiva, no tengo ninguna duda de que una parte de mi desearía haber acabado el libro hace meses, sin embargo también soy consciente de que toda esa clase de sensaciones que acabo de describir desaparecerían en un instante de mi día a día, si el libro ya estuviera escrito. De este modo, tan solo me queda disfrutar del trayecto en el cuál me inmiscuí el pasado otoño, y ser igual de persistente que hasta ahora mientras escriba este libro. Ya que como bien me confesó David Trueba en aquel breve encuentro que tuvimos en Palma el pasado mes de enero, la persistencia es clave a la hora de terminar cualquier libro, por muy larga y compleja que sea la historia que quieras contar.