De hecho, muchas de esas lecciones no hacen más que indicar algunos de los dilemas a los que se tendrá que enfrentar la humanidad una vez que esta crisis desaparezca de forma parcial o total. En este caso, hablamos de una serie de encrucijadas muy serias, que como bien recalca la sentencia de Gramsci, se pueden convertir en monstruos cotidianos de nuestro día a día, si no encaramos el futuro post-coronavirus con la valentía y la humildad que se merece.
Uno de esos monstruos es, sin duda, el crecimiento del aislacionismo nacionalista una vez que esta crisis se tranquilice. Un fenómeno que cobra aún más sentido y autenticidad a medida que pasa el tiempo. A lo largo de los últimos años hemos visto como Trump, Orbán, Bolsonaro o Erdogan se ha convertido en los presidentes de algunos de los países más importantes del mundo, al mismo tiempo que un gran número de formaciones ultraderechistas han crecido a lo largo y a lo ancho de todo el planeta, un hecho en parte entendible si tenemos en cuenta la enorme desafección que existe hacia el tradicionalismo político desde hace años.
De hecho, este auge de la extrema derecha podría traer consecuencias muy serias, en primer lugar para la estabilidad de la UE. La Unión Europea seguramente se verá en una disyuntiva muy delicada, ya que tendrá que elegir entre su lenta y penosa desaparición o bien optar por la rearmonización de sus políticas entre el norte y el sur del continente, unas políticas que tengan en cuenta entre otras cosas, un plan de lucha conjunto para la inmigración. ¿Y porque será tan importante ese plan migratorio? Precisamente por el coronavirus, ya que todo hace indicar que el COVID-19 va a hacer muchísimo daño en África, lo que podría provocar un aumento considerable de la inmigración desde el continente africano a Europa. Un hecho que aumentaría aún más el caldo de cultivo del discurso racista y xenófobo de la extrema derecha, si la UE no traza un plan conjunto que normalice (y no criminalice) la inmigración.
Si bien es cierto que el papel de la política va a ser sumamente clave durante los próximos meses, tampoco podemos olvidar el rol que la tecnología podría tener en un futuro a la hora de controlar nuestra salud. Según multitud de científicos, la periodicidad con la que vamos a padecer epidemias en un futuro se ha acortado bastante, lo que podría provocar (al igual que en China) que muchísimos Gobiernos de un lado y otro del Atlántico empiecen a implementar medidas de vigilancia totalitarias como las que ha efectuado el Gobierno chino. Es decir, no sería en absoluto descartable que en unos meses se obligue a la ciudadanía a elegir en un falso dilema entre la intimidad o la salud, como si no se pudieran elegir ambas cosas al mismo tiempo.
En este caso, tratamos también un panorama muy delicado y nada halagüeño, sobre todo si tenemos en cuenta la enorme propensión que existe en nuestra sociedad desde hace al menos veinte años, a cuidar de nuestra salud. Ya bien sea a través de dietas milagrosas o del ejercicio diario, el cual cada vez más personas practican, independientemente de la edad o el sexo al cual pertenecen.
En definitiva, puede que el crecimiento de los populismos nacionalistas o la entrada definitiva de la vigilancia masiva a la ciudadanía sean los dos puntos más relevantes que nos puede dejar esta crisis, aunque existen muchos más asuntos. ¿Qué pasará con el trabajo? ¿Cambiará de algún modo el modelo económico? ¿Si es así, cuanto y como va a cambiar? ¿De qué modo aumentará la conciencia verde tras este parón? ¿Tomará nota el periodismo de su papel esencial en la sociedad, o seguirá dejándose llevar por los cantos de sirena del lenguaje tuitero? Son tantas las preguntas sin respuesta, que ya nos podemos hacer una idea del cambio que nos espera en nuestras vida tras esta crisis.