Un aforismo castellano nos aporta la siguiente reflexión, que queremos compartir ahora con usted: “No es grande aquel que nunca falla, sino el que nunca se rinde”. Y transitamos ahora, presidenta, momentos tempestuosos en los que bajo ningún concepto nadie de entre nosotros debe ni puede rendirse. Ninguno. Y menos los que nos gobiernan.
La gobernanza de una sociedad democrática, moderna, europea y socialmente avanzada como la nuestra exige de sus dirigentes capacidad de gestión, justicia en sus decisiones, templanza, equilibrio, sobriedad, diálogo sincero, interés, lealtad con la comunidad, tenacidad en la persecución de los objetivos marcados… y honestidad. Ho-nes-ti-dad. Honestidad consigo mismos de los propios dirigentes y, por encima de todo, con sus conciudadanos. En sentido contrario, este mismo dirigente debe huir como hace el gato escaldado del agua fría de la intolerancia, la visceralidad y, por encima de todo, de la inmadurez del egoísta desnortado, característica esta –el egoísmo– tan propia, por otro lado, de aquellos que viven enclaustrados dentro de la fétida burbuja de la política partidista.
Como ya dijo en su momento el presidente de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson, “la tarea más difícil para un gobernante no es hacer lo correcto, sino saber qué es lo correcto”. Y en estos momentos de la pandemia asesina del coronavirus maligno hay que, evidentemente, saber qué es lo correcto para hacer lo correcto.
La situación que protagoniza usted, señora presidenta, no es ni mucho menos fácil. Todo lo contrario: es absolutamente excepcional, estresante y complicadísima. Debe usted saberse mover entre la exigencia y la comprensión, entre la dureza de la necesaria imposición de medidas extremadamente duras y la empatía de no provocar con ello males irreparables. Guante de seda sobre mano de hierro.
Y, también, debe usted lidiar con un toro resabiado, ciego y sordo a las peculiaridades de una comunidad como la nuestra de les Illes Balears. Una comunidad insular separada del resto del continente por centenares de kilómetros de mar que hacen de cortafuego esencial contra la propagación del coronavirus y, también, una comunidad eminentemente turística que requiere soluciones absolutamente diferentes a otras de carácter prioritariamente industrial o agrícola en relación al cierre preventivo de las empresas.
Este toro resabiado, ciego y sordo es, evidentemente, el Gobierno de España. La brocha gorda, los mandobles que está lanzando a través del Boletín Oficial del Estado el equipo de Pedro Sánchez nos están poniendo a los ciudadanos de las Illes Balears en un auténtico brete difícil, muy difícil de superar.
Debemos agradecerle que, pese a ser compañeros ideológicos suyos, sepa enfrentarse contra esta dura realidad que nos imponen sus compañeros del ejecutivo estatal. Hemos visto y comprobado como usted, presidenta, apoyándose en los empresarios y los sindicatos, reivindica ante quien corresponde todo lo que tiene que reivindicar. Y sabemos, además, que fuera de los focos de las cámaras y de los micrófonos periodísticos, en una labor incansable e insistente, conecta usted con los ministros correspondientes para hacerles entender lo que quizás, desde la distancia de la meseta, no atinan a vislumbrar.
Con esa insistente e incasable acción, paso a paso, grano a grano, telefonazo a telefonazo, ha conseguido que las consecutivas medidas estatales decretadas –algunas de ellas, al menos– se adecúen en su extensión, intensidad y características a nuestra idiosincrasia balear.
Asimismo, presidenta, comprobamos que usted escucha. Sí, presidenta: escucha. En estos momentos en los cuales el griterío papanatas ensordece, en el que los agoreros catastrofistas vaticinan el advenimiento del Apocalipsis, en el que cada uno de nosotros se convierte en depositario de la sabiduría eterna y poseedores únicos del ungüento de Fierabrás que todo lo cura, usted insiste incansable en reunir junto a su vera a aquellos que representan a los sectores sociales más afectados por la pandemia letal.
Uno a uno, todos juntos, valorando, coordinando las distintas y divergentes sensibilidades, está consiguiendo aquello que antes del advenimiento del virus era una utopía en nuestra convulsa convivencia política: la calma social, la reclamación conjunta y la suma de voluntades que en tiempos pasados eran dicotómicas.
Aunque sea fatigoso, debemos reconocer que estamos en una primera fase de la batalla contra el coronavirus. Una vez hayamos cerrado el frente sanitario se nos aparecerá incólume el gólem económico, empresarial y laboral. Allí, de nuevo, deberemos afrontar una nueva lid a brazo partido, sin cuartel, sanguinaria en la cual las divergencias, seguro, surgirán. En este complicadísimo escenario por venir, presidenta, deberá usted saltar al campo de Marte y emplearse sin descanso para, una vez más, sumar y no restar.
Hasta ahora lo ha conseguido, Enhorabuena por ello. Esperamos que en el futuro pueda seguir asumiendo este papel protagonista que usted se ha ganado. Seguro que lo intentará y, seguro también, que la sociedad balear se lo reclamará.
Atentos pues. La guerra no ha acabado y deberemos todos –todos– seguir combatiendo. Y, en este combate, todos –nosotros también– sumaremos esfuerzos. Haciendo nuestro el discurso pronunciado en aciagas circunstancias, ante el Parlamento británico, por Winston Churchill, asumimos que “no vamos a languidecer o fallar. Llegaremos hasta el final… lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza… cualquiera que sea el costo, lucharemos. ¡Nunca nos rendiremos!”. Presidenta, no se rinda.