Hablamos, que conste, de un sistema que se considera democrático y, por tanto, ni es criminal ni heroico porque respeta la integridad física, que no económica (multas de la ley mordaza y corrupción, por ejemplo), de los contribuyentes, salvo que seas catalán y acudas a votar porque tu gobierno más cercano te haya convocado.
No hay en este momento nuevas elecciones generales a la vista y, por tanto, no tendremos encuestas de las que pulsan sin descanso las preferencias del electorado, pero estaré al tanto de las fechas del trabajo de campo de las mensuales del CIS.
Lo haré porque estoy convencido que la diferencia a favor del PSOE, antes y después de la visita de Sánchez a Torra, puede ser incluso mayor de la que se produjo entre los resultados de las elecciones del 10N (que venía de perder respecto del 28 A) y la última publicada por Tezanos, que ha sido de 2,4 puntos positivos y que fue realizada tocando el cielo, digo consiguiendo la presidencia del gobierno. Que Sánchez arrastre a Iglesias hacia arriba, también podría pasar, pues a nadie se le escapa que, sin Pablo, Pedro habría sido un perdedor también en 2019, y trofeo de caza de sus barones.
Y hasta quizás se confirme, lo que ya sería mucho confirmar porque estos, en conjunto, ganaron votos respecto del 28 A, las caídas de las tres ultra derechas, que, en este CIS, y también respecto del 10N, han sido del -0,9 (PP), del -1,7 (Vox), y del -0,3 (Ciudadanos, porque estos quizás que ya no puedan caer más).
Creo que las tres ultraderechas citadas, pero sobre todo las de Casado y Arrimadas, que están compitiendo para ver quien insulta más a Sánchez por lo de Torra, solo están ocultando su miedo. La otra, los de Vox, se dedican a hacer puntería. ¿Qué añoran los más franquistas, si se puede saber?
Decía, especialmente del PP, que es para mear y no echar gota lo de pasarse toda la vida cultivando la catalanofobia para ganar votos en el resto de España, y cuando llega la hora de la verdad, la del “¡¡A por ellos!!”, no solo no consiguen derrotarlos, sino que ni siquiera son capaces de descubrir una sola de las miles de urnas que, presentadas en rueda de prensa por los inductores de un delito de votación, consiguieron aparecer y llenarse de papeletas en cientos de lugares públicamente informados con antelación.
Por colocar un éxito como ese en mi currículum estoy dispuesto a comer gratis en la cárcel durante años y, de paso, cursar otra carrera universitaria, tal como hizo un conocido abogado a quien ahora le embargan las cuentas por una indemnización que, los que saben, dicen que prescribió hace años. Pero embargar hace daño, que es lo que se pretende.
Exacto, es el abogado al que más odian las ultra derechas fracasadas, que tienen muchos infiltrados en la Justicia de los que están dispuestos a seguir errando a costa del presupuesto, pero por “la patria”, que algo queda.
Sí, estoy convencido de que las tres ultraderechas aún no han comprendido que, si han perdido dos elecciones sucesivas, es porque sus votantes, tan amigos del beneficio a corto plazo, no consienten los fracasos.
Justificadas las dos primeras afirmaciones del título, prometo estar al tanto y contrastar en público el CIS que venga caliente con lo de Sánchez en Barcelona, y someter mis expectativas de subidas y bajadas a la demoscopia.
Sánchez es un político intuitivo y que gusta del riesgo, y que levante la mano el primero que recuerde una capacidad similar a la hora de reconquistar el liderazgo en un partido tan sistémico como el PSOE, con un currículum que comenzó a ensuciar no oponiéndose ni de frente ni de lado a la dictadura de Primo de Rivera, que no es poca la vergüenza. Ocurrió en 1923, es decir, cuando aún no se había producido el crack del 29 que tantas ideologías desquició.
En esta forma de ser es donde, en mi opinión, reside la inevitable costumbre de Sánchez de decir una cosa por la mañana y la contraria por la tarde. A fin de cuentas, solo son palabras de un político y, como las de cualquier político, entiende la gente en el mundo fake en que vivimos, su valor se agota si han servido para los siguientes cinco minutos, o para las primeras urnas convocadas en un horizonte inmediato.
Pero Catalunya ya es otro mundo, y a los independentistas la política se la están haciendo en Europa, que es desde donde llegan las únicas, y humillantes, derrotas de la injusticia institucionalizada, y tan española.
Lo penúltimo ha sido lo de Clara Ponsati, nueva europarlamentaria, y además inmune, contra el oportunismo de un Llarena que intentó que el Brexit pasara por su despacho.
Y lo último es la visita que, desde el lunes día 3, está realizando a España (primero Madrid, reuniones con los fiscales del Procés, y ahora Catalunya, con entrevistas a los presos políticos de ese juicio) el socialdemócrata letón Boriss Cilevics, que no es un cualquiera, sino el ponente de un informe del Consejo de Europa sobre todo lo relativo a la acción del Estado contra el independentismo, desde la perspectiva de los Derechos Humanos.
Resulta que el Consejo de Europa es un organismo clave, desde 1947, para la construcción europea, y es el mismo que en junio de 2017, antes incluso de la violencia contra votantes en Catalunya avalada por el rey, hombre muerto en mi opinión, y por los jueces españoles, emitía un informe en el que España resultaba ser el último país de 21 en el ranking de democracias que menos defienden la independencia y la no politización de la Justicia.
He escuchado a Pablo Casado diciendo que, con la visita de Sánchez a Torra “llueve sobre mojado”. Es cierto, y mucho más va a llover, pero desde Europa, para limpiar toda la porquería con la que, desde la Transición, el bipartidismo ha enmerdado España.
Forma costra y arrancarla les dolerá mucho más de lo que serán capaces de soportar.