Pasaban pocos minutos de las 16:00 horas de aquel 9 de octubre de 2018 cuando las primeras gotas empezaban a caer. Desde los servicios de la Aemet se habían anunciado fuertes lluvias en el Llevant de Mallorca, pero nadie estaba preparado para lo que estaba a punto de ocurrir. Cayeron 220 litros por metro cuadrado que Sant Llorenç no pudo soportar.
Las imágenes empezaban a circular por los grupos de whatsapp y los medios se hacían eco de las primeras informaciones. Llueve. Todo se torció a las 18:30 horas. Una ola de cinco metros emergía del torrent de ses Planes y arrasaba con el municipio mallorquín de Sant Llorenç en un primer momento. Era la zona cero de la desgracia, aunque otros lugares como Canyamel, Artà, s'Illot o Son Servera también se vieron afectados.
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El agua, el barro y el lodo se disfrazaron de guadaña para herir de muerte a Mallorca entera. Las carreteras se convirtieron en una ratonera. Diez de las trece víctimas mortales perecieron en el interior de sus coches. Jaulas con ruedas en un tobogán maldito. Más de 300 vehículos fueron arrastrados, y después olvidados, por esa pared líquida que circulaba a 15 kilómetros por hora.
En el epicentro de la localidad llorencina los bajos se encharcaron. Dos vecinos fallecieron en el interior de sus casas y otro más en Artà, incapaces de huir hasta el tejado de sus domicilios, lejos de ese hostil y desconocido final que les visitaba.
El drama, la muerte y, lo que parecía el fin, se instalaron en el Llevant. Más de 300 viviendas se vieron afectadas y hasta 4.200 toneladas de residuos fueron retirados en una semana.
Los vecinos fueron los primeros en reaccionar. Cada golpe con la pala mitigaba ese pensamiento lleno de dolor. A ellos se unieron la Guardia Civil, la Policía Nacional, la Policía Local, la UME, Protección Civil, los Bombers de Mallorca y de Palma, la Dirección General de Emergencias, el 112, la Cruz Roja, el SAMU... Y un ejército de voluntarios llegados de todos y cada uno de los municipios de Mallorca. La cara amable de la tragedia.
Esa ola golpeó la isla, sacudió sus cimientos y le hizo entrar en erupción. Si duro fue el desastre, majestuosa fue la reacción. La única, la de su gente, la que los muertos del Llevant se merecían y de la que seguro que se sentirían orgullosos.