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Señor Rivera: inductor y cómplice por vanidoso y egoísta

Señor Alberto Carlos Rivera Díaz, presidente del partido Ciudadanos y más conocido como, simplemente, Albert Rivera:

No se va usted a librar de pagar las tóxicas consecuencias de sus errores.

No se va usted a librar de escuchar los requiebros y lamentos de miles de españoles que le acusan, con razón, de ser parte fundamental de la crisis institucional que nos está paralizando.

No se va usted a librar de responder ante las urnas democráticas de haber provocado y, después, colaborado con sus tóxicas pretensiones egoístas y personales en la actual ignominiosa situación que los políticos españoles están imponiendo al país.

No se va usted a ir de rositas. No.

Ciudadanos, el partido que surgió como un tsunami provocado por la parálisis inducida alícuotamente en Cataluña por los independentistas y el aún mal recordado Mariano Rajoy, debe ser el gozne de la puerta batiente, el fiel de la balanza, el punto de encuentro entre la izquierda y la derecha, el catalizador de los acuerdos que consoliden la estabilidad y la gobernabilidad de España cuando los extremos no son capaces de entenderse.

Eso era, al menos, lo que pensaron y quisieron creer millones de españoles tras la debacle del bipartidismo provocada por la corrupción sistémica de los dos partidos de la Transición y la metástasis social, laboral y empresarial inducida por la crisis económica.

Pero no. No ha sido así. Usted se ha apropiado de una ilusión y la ha traicionado. Usted, señor Rivera, presumido y envalentonado por el silencio de los que le ríen sus ocurrencias, ha preferido el minuto de gloria personal de acaparar un titular en algún periódico amigo que facilitar una solución viable y factible para España.

Ciudadanos –por su ideología de centro que se asoma a la socialdemocracia, el liberalismo y los referentes europeos de los partidos que gobiernan en Francia, Alemania, Suecia, Dinamarca, Bélgica, los Países Bajos, Noruega, Luxemburgo y Suiza–, por los apoyos sociales que detenta, por su implantación en sectores españoles que apuestan claramente por un europeísmo fértil, por estar alejado de los extremos y por evitar castrar las esperanzas de la mayoría ciudadana con apriorismos sectarios– podría haber reencauzado la actual situación de impasse política simplemente poniéndose en el centro de todos los demás grupos del Congreso para sumar y avanzar.

Pero no. No. Usted, señor Rivera, no ha querido hacer eso. Ha preferido dividir y restar. ¿Por qué? Porque es usted un ególatra que solo se escucha a sí mismo frente al espejo. La avaricia y el egoísmo le han traicionado a usted pero, lo que aún es peor, han contaminado el proyecto de Ciudadanos.

La guinda del hediondo pastel que usted ha cocinado es la propuesta en el agónico segundo, del último minuto, de la hora postrera, del día final del período legal establecido por la Constitución para intentar designar a algún candidato a la Presidencia del Gobierno para ser refrendado por el pleno del Congreso de los Diputados.

El objetivo de esta pirueta –la abstención conjunta de su partido y del PP para dejar paso a Pedro Sánchez– era, evidentemente, tener otro minuto de gloria. Un minuto de gloria ridículo que le permite a usted acaparar tres segundos en los informativos de las radios y un rinconcito en las portadas de los periódicos de papel. Pero nada más. Nada de nada más. Una propuesta vana e, incluso, ridícula y patética del que en meses anteriores se ha enrocado, como un fósil cadavérico, en parar todas las iniciativas en positivo.

Señor Rivera:

De usted se esperaba, como presidente de Ciudadanos, que se acercara al resto de los partidos más situados en el centro del espectro político español para desencallar la falta de mayorías absolutas. También que tendiera manos y, no como ha hecho, construyera murallas. Que sublimara las propuestas electorales de PSOE y de PP y, mediante la catálisis de las suyas propias, propusiera y consiguiera soluciones factibles y viables a los inmensos problemas que nos afligen a los españolitos de a pie: la crisis económica que regresa, la catastrófica situación del sistema de enseñanza, la falta de un modelo de gestión de la evidente diversidad regional del país, la conversión de España desde un estado anclado en el periclitado siglo XIX en un país merecedor de encabezar el pelotón mundial en el XXI y, por encima de todo, ofrecer a los conciudadanos de este sufrido trozo del planeta Tierra la esperanza de dejar a sus hijos un país mejor del que recibieron de sus padres. Situación ésta que, hoy por hoy, no se está dando.

Ha decepcionado usted a demasiada gente. Y lo ha hecho por ser un redomado ególatra egoísta. No ha cumplido las expectativas creadas por Ciudadanos. Ha fracasado y está fracasando.

Tiene usted una última oportunidad. Tráguese su elefantiásico orgullo y rectifique. En la inminente campaña electoral proponga soluciones de aplicación conjunta a los problemas de España. Aléjese del infame ‘no es no’. Haga algo que le merezca el aplauso de los españoles. Y, si no es capaz, váyase y deje que otros lo intenten.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 ,

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