Pero es la fuerza inapelable de los hechos. Desde 2015 se han convocado dos elecciones autonómicas y municipales y, a continuación, han resultado exitosas decenas de investiduras autonómicas y miles de municipales, protagonizadas muchas por los mismos partidos que acaban de fracasar en el Congreso. Incluso pactan los de derechas a pesar de los ultras de Vox, tan molestos.
En cambio, de los ocho intentos de investidura votados tras las elecciones generales de 2015, 2016 y 2019 solo ha funcionado uno, el de la segunda de Rajoy en octubre de 2016, y necesitó el desgarro interno del PSOE.
Por si cabe alguna duda de que lo ingobernable es España, el Tribunal Constitucional acaba de confirmarlo. En la decisión que, a instancias del Gobierno de Sánchez, otro que tal, anula la reprobación de Felipe VI aprobada en octubre de 2018 por el Parlament de Catalunya sin que se hundiera el mundo al día siguiente, esos jueces han tenido la indecencia de firmar unánimes que su sentencia podría haber sido distinta si no hubieran criticado la intervención del rey el 3 de octubre de 2017. Es decir, lo del "procés", a pesar de que ya haya varios políticos que estén pagando por ese "delito".
Ese oportunismo declarado de una sentencia que toca libertades esenciales sí que da vergüenza, y no que los políticos negocien. Como haría cualquiera, los catalanes han vuelto a hacerlo, a reprobar al rey en este caso. Y si todos los parlamentos hicieran lo mismo que el de Catalunya, Felipe VI se largaría de La Zarzuela y, "muerto el perro...", seguro que tendríamos una investidura optimista y un gobierno cargado de entusiasmo.